Tras las huellas de los populismos latinoamericanos

Trotsky y Natalia Sedova llegaron al puerto de Tampico el 9 de enero de 1937. Durante los años siguientes y hasta su asesinato, el exilio mexicano de Trotsky fue un periodo prolífico tanto en su incansable actividad militante como en su elaboración teórica-política, en particular en su innovación en torno al núcleo duro de la teoría de la revolución permanente.

En relación a esto, nos referiremos –retomando lo que presentamos en el ensayo introductorio a la cuarta edición de los Escritos Latinoamericanos (EL)– a sus elaboraciones sobre América Latina, poco difundidas o incluso dejadas de lado en varias biografías, con excepción por ejemplo del libro Trotsky en México de Olivia Gall. Las mismas constituyen una enorme aportación al marxismo del siglo XX y de nuestros días, y a la comprensión del pasado y el presente de los países de la región y sus más prominentes fenómenos políticos.

 

México: marco y contexto de las reflexiones de Trotsky

El México que lo asiló durante más de 3 años era hijo de la Revolución de 1910. Había sufrido la crisis económica de 1929, y estaba sacudido por el resurgir de la lucha de clases. En ese contexto, emergió la figura de Lázaro Cárdenas del Río, un hábil político y militar que comprendió la necesidad de otorgar concesiones al movimiento obrero y campesino. Una vez llegado a la presidencia, en 1934, esa fue la llave para lograr el apoyo de los sindicatos y organizaciones campesinas y afianzar el control estatal sobre estos.

En 1938 las organizaciones obreras se integraron al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) –sucesor del Partido Nacional Revolucionario (PNR)–, que aglutinaba en su seno a los “cuatro sectores”: obrero, campesino, popular y militar. De esta forma se inauguraba la subordinación orgánica de los sindicatos al partido de la burguesía nativa. Esto llamó poderosamente la atención de Trotsky, como se ve en sus escritos sobre la cuestión sindical en América Latina.

La política del cardenismo propició el desarrollo del capitalismo nativo y buscó encauzar la protesta social, en un contexto internacional donde las potencias imperialistas tenían toda su atención puesta en los preámbulos de la guerra que se avecinaba. El llamado México cardenista no puede disociarse de los acontecimientos regionales, donde el crack del ‘29 fue seguido de convulsiones sociales y políticas en muchos países, en algunos casos con procesos revolucionarios y golpes militares reaccionarios y proimperialistas. Esta situación no dejó de ser percibida por el revolucionario exiliado, con sus reflexiones sobre el bonapartismo sui generis y su aplicación particular a México.

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En el segundo lustro de la década, la izquierda mexicana estaba hegemonizada por el estalinismo, en tanto que la joven organización trotskista, la Liga Comunista Internacional –en la cual militaba Octavio Fernández, el principal colaborador nativo de Trotsky–, desarrollaba numerosos esfuerzos para insertarse en el movimiento obrero.

El estalinismo era un fenómeno político de dos cabezas: por una parte el Partido Comunista Mexicano (PCM), y por la otra el “hombre fuerte” de la política mexicana y líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), Vicente Lombardo Toledano.

El ascenso de Cárdenas a la presidencia provocó, de parte del PCM, la caracterización de que éste era una expresión del “social-fascismo”, de acuerdo a la línea ultraizquierdista del Tercer Período. En 1935 la política del PCM cambió de la noche a la mañana: el VII Congreso de la Internacional Comunista llamó a la formación de frentes populares con sectores considerados democráticos y antifascistas de la burguesía. La aplicación de esto fue proponer un amplio frente popular antiimperialista, compuesto por las fuerzas obreras, campesinas y el PNR. La orientación del frente popular fue compartida por el resto de los PC de América Latina.

En contraposición al estalinismo vernáculo, Trotsky enriqueció su propia teoría de la revolución permanente y nutrió también una lectura alternativa de la Revolución mexicana. Por esto empezaremos.

 

Trazos dialécticos sobre la “guerra campesina”

En los EL hay dos textos cruciales para acercarnos a la lectura de Trotsky sobre lo que Adolfo Gilly llamó “una guerra campesina por la tierra y el poder”. Se trata de “Qué es y qué ha sido la Revolución Mexicana” y “Problemas nacionales”.

Escritos en colaboración con Octavio Fernández, Trotsky se distancia allí de la interpretación tradicional del estalinismo, que buscaba justificar su política de conciliación de clases omitiendo la existencia de una guerra civil al interior del bloque antiporfirista. Junto a esto, se preguntaban porque la burguesía triunfante aunque desplazó al viejo régimen, no resolvió las tareas democráticas –como la cuestión de la tierra– y planteaban la importante definición de que era el retraso histórico de la Revolución Mexicana –esto es, del retraso de la revolución burguesa– lo que explicaba “el aborto que ha sido la revolución”, ante la incapacidad de la burguesía para resolver las tareas históricas de la revolución democrática.

Tratarían de dar cuenta de una compleja realidad donde la negativa de los líderes burgueses como Francisco I. Madero para afrontar la cuestión agraria, fue respondida con una profundización de la guerra civil y programas políticos como el Plan de Ayala, cuestión omitida por Lombardo y el PC. Pero donde a la vez los límites del propio desarrollo de la clase obrera y de la acción del campesinado impidieron el triunfo de una perspectiva que cuestionase radicalmente la propiedad privada. Tenemos en esos trabajos un importante análisis dialéctico, las cuales aplican a México el método con el que Trotsky plasmó magistralmente en Historia de la Revolución Rusa.

 

Actualizando la Teoría de la Revolución Permanente

En los EL puede encontrarse una profundización de la teoría de la revolución permanente a la luz de la realidad latinoamericana. Trotsky aprehende correctamente la importancia fundamental que tiene en los países latinoamericanos la cuestión agraria, el “ansia de tierra” como la llamó, en tanto motor de la revolución. A su vez, le da todo su peso a la independencia nacional, claro reflejo del impacto que sobre él deben haber tenido las movilizaciones por la expropiación petrolera.

Entendiendo la incapacidad de la burguesía nacional para llevar hasta el final la lucha por esas tareas claves, Trotsky, en una discusión con militantes, afirmaba

 

… la clase obrera de México participa, y no puede sino participar, en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etcétera. De esta manera, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y que las relaciones agrarias estén organizadas. Entonces el gobierno obrero podría volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones [1].

 

Esta posibilidad estaba claramente sujeta a la capacidad de la clase obrera de ganarse al campesinado. Introducía la idea de la “competencia” entre la burguesía nacional y el proletariado, así como que el apoyo campesino a la burguesía era el factor fundamental para la emergencia de los regímenes bonapartistas

 

…durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semibonapartista, semidemocrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas [2].

 

La experiencia de los trabajadores y las masas debía acompañarse pero sin dejar de preservar –aun cuando existiesen medidas gubernamentales de enfrentamiento con el imperialismo– la independencia organizativa y programática y por ende la construcción de una organización revolucionaria.

Y es que para Trotsky era fundamental esto, solo así la clase obrera podría “competir” con la burguesía nacional, convertirse en clase dirigente de la revolución socialista y resolver las aspiraciones de las amplias mayorías. El giro conservador de los últimos meses del cardenismo fue la demostración de que estas aspiraciones no podían ser resueltas por el nacionalismo burgués. Como planteaba Clave, aunque la revolución empiece impulsada por las tareas democráticas más elementales, “en su conjunto, terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución de continuidad en revolución socialista” [3]. Este era el camino para, en palabras de Trotsky, “completar la obra de Emiliano Zapata” [4].

 

Tras las huellas de los bonapartismos latinoamericanos

El esfuerzo por comprender fenómenos políticos como el cardenismo estuvo presente en las elaboraciones de Trotsky. El 12 de mayo de 1939 escribía “La industria nacionalizada y las administraciones obreras”, donde explicaba la política cardenista. Allí planteaba

 

En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías petroleras [5].

 

Quien conozca la historia latinoamericana de los años ‘30 se dará cuenta que la reflexión de Trotsky pretende dar herramientas para entender los movimientos pendulares de la lucha de clases en la región en ese periodo. ¿Cómo no asociar la idea de que “puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de la dictadura policial”, al resultado de que varios de los procesos mencionados tuvieron, con el ascenso de Anastasio Somoza o Fulgencio Batista? Dicho esto, sin duda, la riqueza del concepto –una aportación magistral a la comprensión de los regímenes políticos en los países semicoloniales y dependientes–, se ve en torno al cardenismo.

Esta conceptualización consideraba, dinámicamente, la relación que en los países semicoloniales se establece entre las clases fundamentales de la sociedad y el imperialismo. La actuación del cardenismo no podía comprenderse por fuera de un contexto internacional donde las potencias imperialistas orientaban sus energías hacia la próxima conflagración mundial, y en el cual –con particular incidencia en América Latina–, la estrella del imperialismo británico iba en declinación en tanto que los EE. UU. no gozaban aún de la hegemonía que alcanzarían luego. Situación le permitió a Cárdenas “disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros” y –basándose en el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas– de mayores márgenes de maniobra para impulsar medidas como las de 1938.

Trotsky era un obsesionado por no caer en el mecanicismo y en el esquematismo vulgar, de lo que dan cuenta la propia teoría de la revolución permanente y sus consideraciones sobre el estado obrero ruso. La definición de bonapartismo sui generis surge de un fino análisis de la realidad internacional y nacional y le permite comprender el posicionamiento del cardenismo, sus giros concretos, sin dejar de lado su carácter de clase ni una política independiente.

Desde ese ángulo se explicaban las expropiaciones de los ferrocarriles y las compañías petroleras. Las mismas, mientras “se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado”, representaban una medida “de defensa nacional altamente progresista” [6] frente al imperialismo, de lo cual se desprendía que la clase obrera internacional debían defenderlas ante el ataque de la burguesía imperialista, aún cuando la expropiación no fue bajo control de los trabajadores y se entregaran indemnizaciones a las empresas imperialistas.

Sin embargo, no confundía la defensa de estas medidas con el apoyo político al gobierno. Trotsky era contundente. No veía en las nacionalizaciones cardenistas y la reforma agraria “desde arriba” el camino para la construcción del socialismo, razón por la cual afirmaba que “para los marxistas no se trataba de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las condiciones que se presentan dentro del capitalismo de estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores” [7].

Su análisis del gobierno de Lázaro Cárdenas, en ese sentido, se distancia también de muchos que creyeron encontrar un Trotsky cardenista –como fue el caso de Adolfo Gilly–, omitiendo la importancia que tuvo la estatización de las organizaciones obreras. La cuestión de los sindicatos es una de las más profundas discusiones que pueden encontrarse en los EL.

Allí afirmaba que en México los sindicatos “se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario” [8], criticando su estatización e incorporación al PRM. Y afirmaba que los gobiernos de los países coloniales o semicoloniales, asumen en general un carácter bonapartista o semibonapartista, determinado tanto por la presión del capital extranjero como por la acción de las clases sociales en pugna, siendo que “difieren entre sí en que algunos intentan orientarse hacia la democracia, buscando el apoyo de obreros y campesinos, mientras que otros implantan una cerrada dictadura policíaco militar” [9]. El carácter bonapartista de los gobiernos semicoloniales se expresaba también en la dinámica que adquiere la relación con los sindicatos

 

… o están bajo la tutela del estado o bien, sujetos a una cruel persecución. Este tutelaje está determinado por las dos grandes tareas antagónicas que el Estado debe encarar: atraer a toda la clase obrera, para así ganar un punto de apoyo para la resistencia a las pretensiones excesivas por parte del imperialismo y, al mismo tiempo, disciplinar a los mismos obreros poniéndolos bajo control de una burocracia [10].

 

Y sostenía que la administración obrera de las empresas nacionalizadas auspiciada por el gobierno,

 

… no tiene nada que ver con el control obrero de la industria porque al final de cuentas, la administración se hace por intermedio de la burocracia obrera, que es independiente de los obreros pero por el contrario depende totalmente del estado burgués [11].

 

Aunque Trotsky no volvió a escribir sobre la deriva del cardenismo, presenció su giro conservador, expresado, por ejemplo, en la aceptación como su sucesor del candidato “moderado”, Manuel Ávila Camacho. Cárdenas dirá sobre esto: “El señor general Múgica, mi muy querido amigo, era un radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical?”. El movimiento pendular del cardenismo, su giro conservador así como los aspectos claves analizados por Trotsky y que presentamos en este artículo, son una muestra evidente de los límites del nacionalismo burgués.

La caracterización y conceptualización marxista del cardenismo como una forma de bonapartismo sui generis, permitía comprender los zigs y los zags, y su carácter de clase. Asimismo, es una herramienta teórica política fundamental para aproximarnos a los actuales gobiernos “posneoliberales” y comprender desde una óptica marxista su ciclo de ascenso y agotamiento. Los Escritos Latinoamericanos, en síntesis, constituyen parte fundamental del bagaje marxista para entender la realidad latinoamericana de ayer y de hoy, y enriquecen la estrategia política para su transformación revolucionaria.

 


[1] “Discusión sobre América Latina”, 4 de noviembre de 1938. Resumen estenográfico de una discusión entre Trotsky, Curtiss y otros militantes, publicado originalmente en Trotsky, León, Oeuvres, Tomo 19, 1985. Tomado de Trotsky, León, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP-Museo Casa León Trotsky, 2013, pp. 123-124.

[2] Ibídem, p. 124.

[3] Fernández, Octavio, “¿Qué ha sido y adonde va la revolución mexicana?”, en Trotsky, ob. cit., p.279.

[4] Trotsky, León, “Algunas notas previas sobre las bases generales para el segundo plan sexenal en México”, en Trotsky, ob. cit., p. 145.

[5] Trotsky, León, “La industria nacionalizada y la administración obrera”, publicado sin firma en Fourth International, agosto 1946. Tomado de Trotsky, ob. cit., p. 154.

[6] Trotsky, León, “México y el imperialismo británico”, en Trotsky, ob. cit., p. 98.

[7] Trotsky, León, “La industria nacionalizada y la administración obrera”, en Trotsky, ob. cit., p. 155.

[8] Trotsky, León, “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”, ob. cit., p. 158.

[9] Ibídem, p.161.

[10] Ídem.

[11] Ibídem, p.164.

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