Siria: la diplomacia, la guerra y el largo invierno árabe

Como era de esperar, la cumbre de Viena para negociar una salida diplomática a la guerra civil siria terminó con la convocatoria a una próxima cumbre. La reunión, de la que participaron diplomáticos y ministros de 17 países –entre ellos Estados Unidos, Rusia, Francia, Arabia Saudita e Irán- junto con representantes de la ONU y la Unión Europea, puso una vez más en evidencia que Siria se ha transformado en un campo de batalla en el que dirimen sus disputas las potencias tradicionales y regionales. Es más, de la reunión, que con más pompa que optimismo se consideró el mayor esfuerzo diplomático para resolver la crisis siria desde 2014, no participaron directamente ni el gobierno de Assad ni representantes de grupos opositores.

Además de la internacionalización de la guerra civil en Siria, la foto de la cumbre mostró la nueva realidad geopolítica de la región: por primera vez, Irán fue invitado a participar de una negociación pública y estatal con Estados Unidos y las grandes potencias no relacionada con su programa nuclear. También fue escenario de la “guerra fría” regional entre Arabia Saudita e Irán.

Por su parte, las potencias europeas, participaron ansiosas de encontrar una solución política que detenga las oleadas de refugiados de Siria y en menor medida de Irak y Afganistán que llegan a la UE.

A grandes rasgos, la diplomacia expresó los alineamientos que se vienen dando en los campos militares: por un lado Rusia e Irán que tratarán de sostener a Assad el mayor tiempo posible, al menos durante las primeras etapas de una “transición negociada”; y por otro Estados Unidos, la Unión Europea los Estados del Golfo y Turquía que con distinto énfasis consideran que Assad debe salir del gobierno, aunque en el caso de Estados Unidos, su prioridad es derrotar al Estado Islámico.

Pero no todos los actores llegaron igual a la cumbre. Estados Unidos se ha quedado prácticamente sin opciones estratégicas válidas para derrotar al Estado Islámico luego del fracaso de su política tibia de “armar a los rebeldes”. Y contra la voluntad expresa del gobierno de Obama, se está deslizando hacia una política de envío de tropas a Irak y Siria. Este giro fue anticipado por el Secretario de Defensa, Ashton Carter, la semana pasada ante una audiencia en el Congreso y ratificada por el presidente norteamericano al final de la cumbre en Viena. De hecho, la semana pasada ha muerto el primer soldado norteamericano en combate en Irak durante una operación para liberar 70 rehenes kurdos que el Estado Islámico estaba a punto de ejecutar.

En contraste, Rusia e Irán han fortalecido su posición, y por transitividad la de Assad, a partir de que Putin decidiera la intervención militar en Siria que comenzó hace exactamente un mes. Indudablemente, los bombardeos rusos, las tropas de la Guardia Revolucionaria de Irán y las milicias de Hezbollah fortalecieron al ejército sirio. Assad no está en condiciones de “ganar” la guerra pero alejó, por el momento, la perspectiva de caída inminente del régimen, consolidando sus bastiones no tanto frente al avance del Estado Islámico, sino sobre todo, haciendo retroceder a grupos de “rebeldes” incluidos los moderados apoyados por Estados Unidos, Arabia Saudita, Turquía y Qatar.

En líneas generales, en la guerra civil siria se superponen tres grandes frentes de batalla: la disputa entre “Occidente” y Rusia, motivada por la debilidad de Estados Unidos y por la necesidad de Putin maquillar la crisis de Ucrania; la disputa entre Arabia Saudita e Irán y por extensión el enfrentamiento regional entre sunitas y shiitas; y el enfrentamiento entre Turquía y las fracciones radicalizadas del movimiento nacional kurdo tanto al interior de sus fronteras como en Siria.

Ni los bombardeos norteamericanos ni los rusos lograron debilitar cualitativamente al Estado Islámico en Irak y Siria. El gobierno de Estados Unidos está intentando, por ahora sin éxito, que el ejército iraquí lance una ofensiva para retomar la ciudad de Ramadi, bajo poder del EI desde mayo de este año. La motivación del Pentágono es en parte hacer retroceder al EI y en parte anotarse un triunfo en su competencia con Rusia. Pero ese resultado está lejos y el gobierno de Irak, aliado de Irán, es reticente a brindar esa colaboración.

Esta situación donde hay avances y retrocesos parciales pero ninguna victoria definitiva en el terreno también se expresa en las dificultades que tiene Estados Unidos para encontrar una salida diplomática, conciliando intereses contradictorios. Un elemento de crisis adicional es que no está claro quiénes serían los grupos opositores “moderados” que podrían participar de un eventual régimen de transición. Estados Unidos sigue sosteniendo al Ejército Libre Sirio como su principal opción. Pero el campo “rebelde” está fragmentado. Según la inteligencia norteamericana, habría 13 grupos de un tamaño considerable, pero más de 1000 milicias y grupos locales, que abarcan un amplio arco político –laicos, islamistas moderados y radicalizados.

La guerra civil siria es quizás la expresión más cruda de la derrota de los levantamientos de la “primavera árabe”. En los más de cuatro años desde que comenzó dejó una verdadera catástrofe humanitaria: 250.000 muertos y 11 millones de desplazados, la mitad de la población, de los cuales 4 millones han huido del país. Pero tanto la intervención norteamericana al frente de la coalición occidental contra el Estado Islámico, como la intervención Rusa para sostener al régimen de Assad tienen un carácter profundamente reaccionario. Lo mismo que los intentos diplomáticos de establecer un “régimen de transición” cuando lo permita el agotamiento militar de los campos en pugna.

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