Estados Unidos, el Estado Islámico y la crisis de los refugiados

Desde hace semanas la crisis migratoria europea ocupa el centro de la atención. Pero es en el escenario de Medio Oriente con las guerras civiles reaccionarias y la intervención militar bajo dirección norteamericana, donde se produce el combustible que alimenta esta crisis.

Las imágenes desgarradoras de miles de personas desesperadas tratando de pasar el umbral hacia occidente, desplazaron a las del Estado Islámico decapitando prisioneros o destruyendo tesoros arqueológicos en la milenaria ciudad de Palmira. Pero justamente es en este otro gran escenario de la barbarie, el de las guerras civiles reaccionarias y las intervenciones militares bajo dirección de Estados Unidos en Medio Oriente, donde se produce el combustible que alimenta esta crisis.

Las causas inmediatas de la actual avalancha de refugiados hacia la Unión Europea procedentes en su gran mayoría de Siria no son ningún misterio.

Siria se transformó en un país invivible, con una economía colapsada y al borde de la desintegración. El recrudecimiento de la guerra civil multifacética entre diversas fracciones y milicias y el régimen de Assad, los bombardeos de la coalición anti Estado Islámico dirigida por Estados Unidos, y el inicio de una nueva guerra dentro de la guerra entre Turquía y las milicias kurdas del PKK, dispararon una oleada de personas que huyen desesperadamente ante las nada atractivas opciones de morir en algún bombardeo, ser víctimas de la limpieza étnico-religiosa o, en el mejor de los casos, caer bajo la bota de quien se haga del control territorial.

Esto explica que entre los refugiados que intentan llegar a la Unión Europea haya tanto simpatizantes del régimen de Assad como opositores; y se mezclen sectores de clase media que han podido pagar pasajes en avión, tren y ómnibus, con aquellos que no tienen nada y caminan como mínimo 35 días, para llegar hasta las puertas de la fortaleza europea.

Según estimaciones de las Naciones Unidas, hay 11 millones de sirios desplazados de los 23 millones de la población pre guerra. De estos, 7,6 millones son desplazados dentro de Siria y 4 millones han huido del país.

Aunque para la prensa parezca mucho, los 270.000 que han llegado a las puertas de la UE son una pequeña fracción.

El primer destino de estos refugiados son los países vecinos: 1,8 millones en Turquía; 1,2 millones en Líbano, 630.000 en Jordania; 250.000 en Irak; 132.000 en Egipto. No casualmente muchos comparan la escala de refugiados con el otro éxodo histórico, el de los palestinos expulsados por la limpieza étnica que acompañó la fundación del estado de Israel.

Con la prolongación del conflicto y el número creciente de desplazados, las condiciones de vida de estos millones de personas se han deteriorado seriamente. El propio alto comisionado para los refugiados de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, afirmó que la institución está quebrada financieramente y que tuvo que recortar las raciones de alimentos para los refugiados sirios en Líbano y Jordania, dado que ha recibido menos de un cuarto de los 5.500 millones de dólares prometidos. Contrasta esto con los $68.000 dólares que le cuesta a Estados Unidos cada hora de vuelo de sus aviones para bombardear posiciones del Estado Islámico en Siria e Irak.

El drama humano no termina ahí. 150.000 refugiados palestinos han quedado prisioneros en el distrito de Yarmouk en las afueras de Damasco, transformado en un campo de batalla entre el Ejército Libre Sirio, el Estado Islámico y las fuerzas leales al régimen de Assad.

Los regímenes despóticos del Golfo, que en su gran mayoría intervienen en la guerra civil siria a través de distintas fracciones locales, se han negado a recibir refugiados por temor a importar inestabilidad política al interior de sus fronteras que altere el control que mantienen sobre sus propias minorías. Históricamente, la política migratoria de estos estados, se limita solo a importar trabajadores a los que se les niega cualquier derecho.

No es ningún secreto que las potencias occidentales están explotando el impacto de la crisis de refugiados en la Unión Europea para justificar una mayor intervención militar en Siria. A principios de esta semana el presidente francés F. Hollande anunció la participación activa de su país en los bombardeos contra posiciones del Estado Islámico. Y Gran Bretaña ejecutó en un ataque con drones a dos ciudadanos británicos en Siria, acusados de terrorismo. Australia también aumentaría su compromiso militar.

Uno de los objetivos inmediatos de esta escalada puede ser tratar de “limpiar” algún territorio de la influencia del Estado Islámico en Siria para relocalizar personas desplazadas por el conflicto y descomprimir la oleada de refugiados hacia los países occidentales. Sin ir más lejos, esta era la propuesta que le hizo el presidente turco R. Erdogan a Obama a fines de julio, cuando decidió unirse al combate contra el ISIS.
Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo.

Siria se está deslizando hacia la fragmentación estatal. El gobierno de Assad perdió el control pleno de 2 de las 14 provincias: Raqqa a manos del ISIS y más recientemente Idlib a manos del llamado “Ejército de la conquista”, una coalición de sunitas opuestos al Estado Islámico. De hecho solo se sostiene por la colaboración de las milicias shiitas bajo órdenes de Irán y de las milicias de Hezbollah.

A grandes rasgos el país ya está dividido en cuatro zonas con fronteras móviles y conflictos internos: el califato del ISIS, que se expande al noroeste y a Irak. Hacia el oeste y el sur la zona controlada por fracciones sunitas islamistas y laicas enfrentadas al ISIS (lo que genéricamente se llaman los “rebeldes” y abarcan desde el Ejército Libre Sirio hasta el frente Al Nusra ligado a Al Qaeda). La región del Kurdistán, al norte, conocida como Rojava, y el territorio que conserva Assad en la zona costera.

La guerra norteamericana contra el Estado Islámico ya lleva más de un año, a un costo aproximado de 9,4 millones de dólares diario, según los datos del Pentágono. Pero a pesar de las casi 23.000 bombas arrojadas, el objetivo de “degradar y eventualmente destruir” al ISIS anunciado por Obama está tan lejos como al comienzo de la operación.

No está claro cuál es verdaderamente la fortaleza del ISIS. Analistas militares norteamericanos estiman que cuenta con alrededor de 31.000 combatientes. Y Según el Departamento del Tesoro, la venta ilegal de petróleo y el sistema de impuestos en los territorios bajo su control, le estaría dejando al ISIS un ingreso de 1.000 millones de dólares al año.
Ya está claro que solo la guerra aérea no puede liquidar a esta milicia devenida en un proto estado, y que Obama no está dispuesto a embarcar a Estados Unidos en otra intervención militar.

El gobierno norteamericano adoptó una versión muy light de la política de “armar a los rebeldes”, que por demasiado tibia no está dando ningún resultado. Después de la experiencia de la intervención de la OTAN en Libia, Estados Unidos no quiere correr el riesgo de armar fracciones islamistas radicalizadas, que más allá del Estado Islámico, abundan en el rompecabezas de la oposición siria al régimen de Assad.
A la vez, ha intentado aprovechar el clima generado por al acuerdo nuclear con Irán para explorar la posibilidad de una salida negociada, facilitada por los aliados internacionales de Assad: Rusia e Irán.

Pero esta opción parece inviable por el momento. La exigencia de que Assad renuncie para iniciar una posible negociación de la que surja un gobierno de transición es inaceptable para Rusia e Irán.

Además, no solo se trata de la negociación entre una miríada de organizaciones y milicias que ya se han hecho del control de porciones de territorio, pozos de petróleo, población, etc., sino también entre las potencias regionales, como Arabia Saudita, Qatar y Turquía, que las apadrinan y las usan para hacer avanzar sus propios intereses.

La situación del Medio Oriente es producto de las guerras e intervenciones norteamericanas en Irak y Afganistán y de la derrota de la primavera árabe, que abrió una etapa de restauración. Basta mencionar como ejemplos de este giro reaccionario el establecimiento de la dictadura de Al Sisi en Egipto (poco importa para el caso que se haya hecho “elegir” presidente), o las guerras civiles reaccionarias en Libia y Siria, y la propia emergencia del Estado Islámico. También la política del gobierno turco de agitar el nacionalismo contra los kurdos. Pero las potencias imperialistas y sus aliados regionales están lejos de haber conseguido establecer un nuevo orden estable. La crisis de los refugiados en la UE, los atentados perpetrados por fracciones islamistas radicalizadas, no solo en el mundo árabe sino también en occidente, muestran que los conflictos del Medio Oriente tienen proyección mucho más allá de sus fronteras.

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