En la foto, Santiago Carrillo junto a Manuel Fraga, franquista, fundador del PP y otro de los «padres» de la reaccionaria Constitución del ’78
A los 97 años, en la hora de la siesta, Santiago Carrillo moría en la cama. Atrás deja una vida que recorre gran parte del Siglo XX español y en la que él fue un destacado protagonista. Octubre del 34, la unificación de las Juventudes Socialistas y las Comunistas, la Guerra Civil, el exilio, los maquis, las luchas contra la Dictadura, la Transición, la consolidación del Régimen del ‘78… Grandes procesos en los que Carrillo estará en primera fila. Pero ¿cumpliendo qué papel?
Las alabanzas que su figura está recibiendo de todas las alas del actual Régimen dan contundentes pistas de cual es su legado. Desde el Rey hasta la burocracia sindical, pasando por todos los partidos del Parlamento, del PP al PSOE, de UPyD a Amaiur, del PNV a CiU y ERC, y por supuesto sus viejos compañeros ahora en IU. Incluso la ultraderecha de Intereconomía, por más que aprovechan su desaparición para hacer propaganda anti-comunista, no pueden negar sus “logros”. El mismo Pío Moa reconocía que Carrillo había tenido dos virtudes; aceptar la herencia de Franco, la Monarquía de Juan Carlos I y liquidar al PCE.
La sinceridad de este franquista ilustra como ningún otro las profundas razones de tanto agradecimiento de los elementos constitutivos del Régimen del 78. ¿Quiénes son los agradecidos por su contribución en la Transición? Ni más ni menos que los que llevan adelante la peor ofensiva contra los trabajadores desde la Dictadura y quienes quieren frenar la respuesta de los trabajadores -bien sea actuando de corsé como burócratas sindicales o con propuestas para desviar el malestar a futuras elecciones con promesas reformistas- para salvar “los muebles” del andamiaje levantado con su Transición “modélica”.
Pocas veces es tan claro que su “defensa” es nuestra “acusación”, la de los trabajadores y sectores populares que de forma creciente están divorciándose de aquel consenso y la gran mentira de esta democracia para ricos, que rescata a los capitalistas y hace cargar todo el peso de la crisis sobre nuestros hombros.
Pero su historial de traiciones no empieza en los ‘70, más bien esta fue la culminación de toda una vida política dedicada a combatir la revolución proletaria y la causa del socialismo. Su militancia desde los ‘30 estuvo íntimamente ligada al estalinismo español, “vanguardia” de la política contra-revolucionaria de Stalin.
El joven Carrillo, estalinizador del sector “revolucionario” de las JJSS
Carrillo comenzó su militancia en las filas del socialismo español. A los 18 años, en 1933, dirigía ya la revista de las JJSS (“Renovación”) y un año más tarde era nombrado Secretario General de esta organización. En ese momento el socialismo español, como el de otros países europeos, vivía una gran efervescencia en sus filas. Decenas de miles de militantes, sobre todo los más jóvenes, se sentían atraídos por las ideas de la revolución rusa, en contra de las posiciones abiertamente reformistas de sus direcciones históricas.
En el Estado español esto se dio especialmente en las JJSS. Largo Caballero se puso al frente de este sector en contra del ala derecha de Besteiros i Prieto. Incluso llegaron a pedir el ingreso de la Izquierda Comunista de España -la sección española de la Oposición de Izquierdas que dirigía Andreu Nin- para fortalecer el ala “revolucionaria”. Nin, desoyendo los consejos de Trotsky, se negó, cerrando las puertas a que este sector pudiese avanzar hacia las ideas del bolchevismo y no fuesen atraídos por el estalinismo, en ese momento muy débil en el Estado español.
Carrillo era parte de la dirección de esta ala “centrista”, que oscilaba desde la reforma hacia la revolución. El Octubre del 34, que viviría en Madrid como parte del Comité Revolucionario, puso a prueba los discursos de los dirigentes del ala “revolucionaria”. Largo Caballero y el resto de la dirección abandonaron a los miles de obreros que salieron a la huelga general y en búsqueda de armas para realizar la anunciada insurrección. Carrillo fue parte de tan poco heroica actuación. Esto no le evitó la detención y encarcelamiento como parte del Comité. Estuvo en la cárcel hasta febrero del 36, cuando fue puesto en libertad tras la victoria del Frente Popular.
A su salida el estalinismo ya había puesto los ojos en el sector “revolucionario” del PSOE. Como había advertido Trotsky a Nin, la Komintern y el PCE iban a usar el prestigio de la Revolución rusa para atraerse a los miles de jóvenes que estaban rompiendo con el reformismo socialista. Que este proceso tan progresivo fuese capitalizado por el estalinismo implicaba una oportunidad perdida para poner en pie un partido revolucionario en el Estado español y a su vez un espaldarazo al fortalecimiento de un aparato contra-revolucionario hasta entonces muy débil en la Península.
Santiago Carrillo, con 21 años, será contactado por la Internacional Comunista estalinizada y el pequeño PCE. Después de un viaje a la URSS quedó convencido de que había que abandonar la lucha por una revolución proletaria y socialista, y pasó a ser un firme partidario de la política de alianzas con la burguesía democrática en el Frente Popular y la lucha por la etapa anti-feudal de la revolución. Él siempre señaló que paradójicamente fueron los “comunistas” los que le ayudaron a “moderarse” de su fiebre revolucionaria adolescente.
Desde la dirección de las JJSS dirigió el proceso de fusión con las Juventudes Comunistas. En marzo nacía la Juventud Socialista Unificada, alienada con la política de la Komintern contra la revolución española. Poco antes de la guerra civil el estalinismo había logrado agrupar a más de 250.000 jóvenes, la mayoría ex-socialistas. Nin, tras la fusión con el Bloque Obrero y Campesino, era el dirigente de un partido centrista con algo más de 8.000 afiliados, sobre todo en Catalunya, el POUM.
Carrillo y la represión estalinista contra la revolución española
La carrera política de Carrillo siguió desarrollándose durante la Guerra Civil. Su compromiso con la política de la Komintern se acentuó tras su afiliación al PCE a comienzos de noviembre de 1936. Entró en la Junta de Defensa de Madrid casi a la vez, como Comisario de Orden Público, donde estuvo hasta diciembre de ese mismo año. En este cargo se produce el episodio que más odios le han generado en la derecha española: las ejecuciones de los prisioneros fascistas en Paracuellos de Jarama en medio del sitio franquista a la capital. El resto de la guerra lo dedicó a la dirección de la JSU.
En todo momento Carrillo fue un fiel defensor de la política del PCE en la revolución española. Contrario al proceso revolucionario desatado tras el 19 de Julio, fue parte del organismo donde se comenzaron a ensayar y practicar las primeras medidas contra el POUM, la Junta de Defensa de Madrid. Defendió la contra-revolución de mayo de 1937 de Barcelona, la disolución de las colectividades, del Consejo de Aragón, las ocupaciones de Catalunya y Aragón por parte de Guardias de Asalto y el Ejército Popular… y también la persecución, secuestros y asesinatos contra militantes y dirigentes del POUM y el ala izquierda de la CNT. El mismo secuestro y asesinato de Andreu Nin y las calumnias contra el POUM como agente de Franco, estaban para él justificadas por los hechos de mayo del 37. También defendía las checas estalinistas, como la que dirigía Julián Grimau que juzgó y condenó a los trotskistas de la Sección Bolchevique Leninista Española.
Este compromiso con el ahogo en sangre de la revolución española lo defendió hasta sus últimos días. Y lo hacía extensivo a la campaña de Stalin contra toda oposición y la persecución que de manera especial sufrían los trotskistas y que culminó con el asesinato de Trotsky en 1940 por un esbirro del estalinismo español, Ramón Mercader. A este respecto el historiador Pelai Pàges contaba en un reciente artículo como en un encuentro con Carrillo éste hablaba de las persecuciones estalinistas “con toda tranquilidad y naturalidad, como si hubiese sido mero espectador de la historia que relataba, sin implicaciones personales de ningún tipo. Dijo una frase, sin embargo, que me impactó considerablemente: ‘En los años treinta ningún militante comunista a quien se hubiese pedido que asesinase a Trotski se hubiese negado a hacerlo’”.
Carrillo y la paciente preparación del pacto con los franquistas
Tras la victoria de Franco el PCE vivirá sucesivas crisis internas que se resolverán siguiendo el manual de usos y costumbres del estalinismo, mediante purgas tanto políticas como físicas. El todavía joven Carrillo supo moverse con cintura y logró permanecer en primera línea. Siguió de cerca las distintas negociaciones con el resto de la oposición anti-franquista que no llegaron a nada serio, pasó de defender la línea de la lucha guerrillera a ponerse a la cabeza de su abandono de la peor manera, abandonando también a cientos de luchadores que quedaron aislados en los montes teniéndoselas que arreglar por su cuenta para salir del país. Poco a poco Carrillo iba convirtiéndose en un gran dirigente estalinista, que aprende a manejar las luchas de los trabajadores como peones de ajedrez para unos planes que les son completamente ajenos y contrarios a sus aspiraciones.
Después de la muerte de Stalin en 1953, el PCUS comienza su falso proceso de “desestalinización” que tratará de conseguir cierta distensión con EEUU y el mundo capitalista. Carrillo apostará a ser el paladín de la nueva línea en el PCE, enfrentándose soterradamente a la entonces Secretaria General, Dolores Ibarruri. Los aires nuevos demandados por Jrushchov, que acababa de aceptar la entrada de la Dictadura de Franco en la ONU, inspiraron su famosa política de reconciliación nacional de 1955 y le fue abriendo paso hasta la Secretaria General del PCE en 1960.
Esta línea contemplaba la lucha contra la Dictadura buscando “superar las divisiones de la guerra civil”. Se demandaba no sólo la unidad de las fuerzas obreras y otras democráticas, sino incluso de aquellos sectores monárquicos e incluso franquistas, que aspirasen a modernizar las estructuras políticas del país y facilitar el desarrollo económico. Se anunciaban ya las líneas maestras de la política del PCE en la Transición. En este esquema la lucha obrera y estudiantil, en la que miles de militantes del PCE jugarán un rol protagónico, se contemplaba como el instrumento de presión que serviría para forzar al acuerdo con estos sectores.
Carrillo y la contra-revolución democrática de la Transición
Durante los ‘60 y los ‘70 fueron miles los jóvenes y trabajadores los que se organizaron en las filas del PCE con la aspiración de derribar la Dictadura, conquistar amplias reformas sociales y llevar adelante lo que llamaron la “ruptura democrática”. Se mantenía la estrategia de los años ‘30, se “atrasaba” la revolución obrera, la resolución de los grandes problemas de los trabajadores y sectores populares. El PCE se presentaba ante los capitalistas como respetuoso con la propiedad privada. Cuando Pasionaria regresó del exilio fue tajante, una de sus primeras declaraciones fue su frase de “Nosotros no expropiamos”.
La adhesión y contribución de Carrillo al nacimiento del eurocomunismo, no era más que profundizar en esta línea. Se aspiraba a ser el partido de la clase obrera en los marcos de una democracia capitalista. No por nada Carrillo dio este viraje junto a Georges Marchais, del PCF, y Enrico Berlinguer, del PCI, los dos grandes partidos comunistas de Europa que estaban a la cabeza de la “socialdemocratización” del estalinismo occidental y habían sido claves en la construcción y estabilización de sus respectivos regímenes después de la II Guerra Mundial.
Sin embargo con la aceleración de la crisis de la Dictadura se abría una situación mucho más dinámica. Las luchas de la clase obrera y la juventud comenzaron un ascenso imparable desde el comienzo de los ‘70, y desembocaron en un auge obrero y popular tras la muerte del Dictador. El PCE era parte de este proceso, siempre tratando de contener las demandas a su estrategia de lucha exclusivamente por la democracia y combatiendo los procesos de auto-organización que se le escapaban de su control. Se trataba para Carrillo de poder instrumentalizar la movilización para forzar una negociación y un papel para el PCE en el nuevo Régimen como el que habían gozado sus colegas franceses e italianos.
Conforme algunos sectores del Régimen se fueron convenciendo de que no se podía acabar con el ascenso de luchas sólo por la vía policial -como intentó el primer Gobierno de la Monarquía, el de Arias Navarro- el PCE empezó a demostrarles que era una fuerza “responsable”. Carrillo orquestó este giro desde el exilio primero y desde el interior a partir de 1977. El PCE se convertiría en el bombero para ir rebajando la protesta social conforme se aceleraban las negociaciones con Suárez. La contención del malestar obrero y juvenil después de los atentados de Atocha fue lo que terminó de convencer a Suarez de que Carrillo podía y debía ser un aliado clave para “pacificar” el país y poder hacer pasar los planes económicos y de reforma política de la burguesía franquista.
Carrillo buscaba evitar un desbordamiento de la calle que pudiera abrir una situación revolucionaria. Y para ello no dudó en abandonar incluso su programa de ruptura democrática, para ir a la llamada “ruptura pactada”. Ya con la Junta Democrática de 1974 había abandonado reivindicaciones democrático estructurales como el derecho de autodeterminación de las nacionalidades. Era un reconocimiento por la negativa de que para alcanzarlas no iba a bastar con el acuerdo, sino que se deberían desatar todas las energías revolucionarias de los trabajadores y el pueblo. Lo mismo había hecho ya con la idea de reconciliación que iba a ser clave para hacer pasar la impunidad de los crímenes del Franquismo. A partir de 1977 terminará aceptando la Monarquía y toda la herencia institucional de la Dictadura.
Carrillo superaba por derecha su política en la Guerra Civil. Si entonces llevaron adelante una política contra-revolucionaria en alianza con la burguesía democrática, ahora perseguía el mismo objetivo, en alianza con los mismos franquistas del 18 de julio. Ya no se defendía una república democrática, sino una Monarquía nombrada por las Cortes Franquistas y que mantenía una continuidad directa en todos los aparatos del Estado.
Si ahora lo loan Juan Carlos I, Mariano Rajoy y Rubalcaba, no es por otra razón que por haber firmado los Pactos de la Moncloa que hicieron pasar un gran plan anti-obrero para descargar la crisis sobre los trabajadores -en forma de pérdidas de salario y la escalada del paro hasta sobrepasar el 20%-, aceptado la Constitución del ‘78 que consagró el Régimen heredero de Franco, haber defendido la Ley de Amnistía que legalizó la impunidad de los crímenes franquistas… En definitiva, por haber usado su posición como dirigente del mayor partido obrero de los ‘70 para frenar y desviar las luchas contra la Dictadura hacia una salida de cambio de Régimen que salvó los muebles de la burguesía y de todo el aparato franquista del peligro de una posible revolución.
Una vida dedicada a luchar contra la revolución
El papel de Carrillo en la Transición es también lo más criticado de su figura desde la extrema izquierda. Miles de militantes comunistas rompieron el carné, se fueron a casa o formaron nuevos partidos estalinistas. Otros siguieron en el PCE y creyeron poder ex-culparse de la responsabilidad de su partido con la expulsión de Carrillo en 1985. Sin embargo el Carrillo de los ‘70 no nació de la nada, fue la continuidad consecuente -adaptada a los nuevos tiempos- de una estrategia que ya en los años ‘30 se había demostrado como contra-revolucionaria, el estalinismo.
El fallecido Carrillo consagró toda su vida a intentar rescatar al capitalismo español cuando la clase trabajadora lo amenazaba con destruir o le respiraba en la nuca, a luchar contra la revolución y la causa del socialismo. Lo hizo envuelto de la bandera tricolor, la roja, la hoz y el martillo o la lucha por la democracia, al final de su carrera política incluso con la roji-gualda y la Corona. A cambio aspiró a que su partido, el PCE, tuviera reservado el asiento de principal partido reformista del nuevo Régimen democrático. No fue así, el ya viejo Carrillo no recibió la recompensa esperada. Sin embargo su elevación a hombre de Estado, padre de la Constitución, amigo del Monarca… y demás consideraciones le dejaron agradecido hasta el final de sus días.
A los 97 años, en la hora de la siesta, Santiago Carrillo moría en la cama.