Una campaña “dura” que coincide con otra más “light” que añade confusión sobre qué es realmente el trotskismo, y que es azuzada por algunos tertulianos de la nueva izquierda mediática, incluidos algunos que son dirigentes de organizaciones que provienen del trotskismo. Con este artículo pretendemos en primer lugar responder a las falsificaciones vertidas. También nos parece importante dilucidar por qué tanto desde el estalinismo como desde el neo-reformismo se pretenda vender una imagen totalmente falsa del pensamiento de los trotskistas. Y al mismo tiempo, plantear algunas de las ideas fundamentales sobre cómo León Trotsky combatió las políticas contrarrevolucionarias del estalinismo y supo dar respuesta a procesos revolucionarios tan importantes como la misma revolución española, aún exiliado y perseguido por Stalin. Quedará para posteriores artículos analizar las razones más históricas para que en el Estado español el legado teórico y político del trotskismo sea todavía desconocido en gran parte y por ende su falsificación o caricaturización tan relativamente sencilla para algunos. Sin embargo, si nos planteamos su refundación como una tarea clave en medio de la actual crisis económica y política, es porque debajo de las sombras de las calumnias y falsificaciones estalinistas, vociferadas por los neoreformistas, creemos que es posible y necesario encontrar las alternativas a este sistema capitalista.
El retorno del estalinismo más rancio y la leyenda del trotskismo contrarrevolucionario
En el debate surgido acerca de la guerra civil en Siria y la amenaza de intervención imperialista, numerosos blogueros admiradores de Stalin o Kim Jong-un, tratan de resucitar las viejas falsificaciones que pintan a nuestra tradición como una aliada del imperialismo norteamericano. Para esta maniobra aprovechan las nefastas posiciones de algunos grupos que se reclaman trotskistas, que vienen mostrando un apoyo acrítico a los rebeldes sirios y su dirección política totalmente proimperialista y exigiendo desde hace meses que les sean suministradas armas por la comunidad internacional “democrática”. Cabría preguntarse si las posiciones políticas de estos grupos son consecuencia de ser continuidad de la corriente fundada por lo mejor de los oposicionistas de izquierda al estalinismo, o si por el contrario es fruto de la ruptura de estos grupos con aspectos fundamentales del legado teórico y programático de esta misma corriente.1 Pero esto no interesa al estalinismo ibérico. Éste viene reapareciendo en los últimos años por medio de grupos como el PCPE, otros colectivos o incluso las mismas Juventudes Comunistas del PCE. Un nuevo estalinismo que hace un balance crítico del rol de su corriente durante la llamada Transición, pero mantiene una reivindicación firme de su tradición más contrarrevolucionaria, como el aplastamiento de la revolución española o la degeneración burocrática de la URSS del Gulag y los Juicios de Moscú, que terminó en la restauración capitalista de los 90. En este sentido tratan de “educar” a los jóvenes que quieren luchar contra el capitalismo desde una perspectiva de clase, por construir un partido comunista, pelear por una revolución proletaria… en las viejas leyendas contra la tradición que dio una lucha en todos los niveles (teórico, político y en la lucha de clases) al estalinismo, es decir, contra el trotskismo. El estalinismo fue ante todo una gran falsificación del marxismo, que sobre la expropiación de la revolución de octubre y la teoría del socialismo en un sólo país, armó ideológicamente a una potente casta burocrática que copó y degeneró el primer Estado obrero de la historia, la Internacional Comunista (IC) y el conjunto de los partidos comunistas durante los años 30. Desde esta posición fue una de las direcciones del movimiento obrero, junto con la socialdemocracia, que logró abortar el triunfo de revoluciones proletarias en España en 1936, o en Francia e Italia después de la II Guerra Mundial. Y lo hizo tanto impulsando políticas de clara conciliación con la burguesía democrática y el imperialismo, con la política de Frentes Populares o con los Gobiernos de Unidad Nacional de posguerra, como a sangre y fuego contra los trabajadores revolucionarios como en las calles de Barcelona o las colectividades aragonesas en 1937. Los llamados “trotskistas” fueron la fracción más consecuente de la pelea contra este proceso. Fueron los que más incansablemente pelearon por reimplantar la democracia soviética en la URSS, por una planificación e industrialización bajo el control de la clase trabajadora y para frenar la burocratización de la IC y los partidos comunistas.
Fueron los que advirtieron y combatieron la política de alianza con la burguesía nacionalista china que promovía la IC dirigida por Stalin y que acabó en el fracaso de la revolución en 1927 y el aplastamiento sangriento de los comunistas chinos por el antiguo aliado y presidente honorífico de la IC, el presidente del Kuomintang (partido nacionalista burgués chino) Chiang Kai Seck. La primera gran pelea contra el estalinismo, que adelantaba sus tendencias al conservadurismo y la coalición con sectores de la burguesía nacional. Fueron también los que combatieron la posterior política sectaria del llamado tercer periódico. Un giro ultraizquierdista para ocultar los errores oportunistas de China. Éste llevó a que el PC alemán se negara a todo tipo de frente único con las organizaciones obreras socialdemócratas, que representaban a la mitad del movimiento obrero, para enfrentar el ascenso de Hitler. Una política que permitió que el ascenso del fascismo se pudiera hacer sin apenas resistencia del movimiento obrero más organizado y potente de occidente. Pelearon contra el nuevo giro oportunista de los Frentes Populares, que ataba a los trabajadores y sus organizaciones a la burguesía democrática, relegando para una etapa posterior e indefinida la pelea por la transformación socialista de la sociedad. Un nuevo etapismo casi idéntico al que los bolcheviques habían combatido de febrero a octubre de 1917, el que levantaban los mencheviques y social-revolucionarios. Esta pelea llevó a que fueran Trotsky y los trotskistas los únicos que opusieron una alternativa revolucionaria a la política del estalinismo en la Revolución española. En aquel proceso el PCE dirigido por José Diaz y la Pasionaria, y con Carrillo como jefe de sus juventudes, se opuso a que la guerra contra el fascismo fuera transformada en una revolución proletaria triunfante. Tanto fue así que desde el comienzo desplegaría por todos los medios una ofensiva contra la iniciativa que los trabajadores habían puesto en pie desde el 19 de julio, expropiando fábricas y tierras, creando comités revolucionarios en los pueblos y barrios, en las empresas, patrullas obreras que se hacían cargo del orden público, las milicias que llevaron adelante los primeros y triunfales combates contra los militares sublevados… Nos referimos a la aparición de un doble poder, aún no coordinado y centralizado, que le rivalizaba al de una burguesía republicana que había estado “llamando a la calma” mientras los golpistas salían de los cuarteles. Para el PCE había que respetar la legalidad burguesa republicana y la propiedad privada. Era clave mantener la alianza con los partidos burgueses republicanos. Esto coincidía con las instrucciones de Stalin, que trataba de presentarse como un aliado de fiar ante las democracias imperialistas de Gran Bretaña y Francia. Y qué mejor manera que ser el sepulturero de la revolución española, asegurándoles así que la IC no apoyaría ninguna revolución obrera y anticapitalista en Europa occidental. La Oposición de Izquierda Internacional opuso a esta política la de mantener una total independencia política de las organizaciones obreras respecto a los representantes de la burguesía republicana. Denunció lo que el Frente Popular escondía, el encorsetar las aspiraciones revolucionarias de las masas. Cuando estas aún así se desataron, advirtió que era urgente desarrollar los organismos de doble poder, coordinarlos y centralizarlos, y transformar la guerra civil en una revolución. Esto no solo era clave para resolver las grandes demandas que la II República no había resuelto -el reparto de la tierra, el fin del desempleo, de la carestía, la separación de la Iglesia y el Estado, la independencia del Marruecos español- sino también para ganar la guerra. Una nueva República de los trabajadores podía suponer no sólo un empujón de moral a los combatientes que estaban haciendo retroceder a los fascistas, sino también sublevar la retaguardia de Franco, Marruecos y el campo, y alentar a los trabajadores de Europa a llevar adelante luchas revolucionarias contra sus gobiernos, que tanto los democráticos (por pasiva) como los fascistas (por activa) iban a beneficiar la victoria de Franco. El anti trotskismo del estalinismo ibérico es más furibundo si cabe porque justamente fue la única corriente (junto con algunos sectores del movimiento libertario, como los Amigos de Durruti) que planteó una estrategia alternativa a la de la conciliación de clases que llevó al aplastamiento sangriento de los obreros revolucionarios y abrió el camino a la derrota de 1939. Los trotskistas eran pues el enemigo número uno de los planes e intereses de la burocracia estalinista. Los que podían, por haber seguido defendiendo el legado de la revolución de octubre, ofrecer una alternativa a la política del estalinismo para la clase obrera mundial y los que podían, apoyados en posibles triunfos revolucionarios en otros países, llevar adelante una revolución contra la burocracia en la misma URSS, que regenerase el Estado obrero. Esto era así, no sólo por las respuestas teóricas, programáticas y políticas plateadas por Trotsky a la degeneración burocrática, sino también por la moral y voluntad de lucha que representaban los miles de oposicionistas de izquierda que murieron peleando al estalinismo. Leopold Trepper, el organizador de la red de espionaje soviético durante la II Guerra Mundial, quién luego pasó también por las cárceles estalinistas, cuenta en su libro “El gran juego”: “Todos los que no se alzaron contra la máquina estalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto. “Pero ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío? Los trotskistas pueden reivindicar este honor. A semejanza de su líder, que pagó su obstinación con un pioletazo, los trotskistas combatieron totalmente el estalinismo y fueron los únicos que lo hicieron. En la época de las grandes purgas, ya sólo podían gritar su rebeldía en las inmensidades heladas a las que los habían conducido para mejor exterminarlos. En los campos de concentración, su conducta fue siempre digna e incluso ejemplar. Pero sus voces se perdieron en la tundra siberiana. “Hoy día los trotskistas tienen el derecho de acusar a quienes antaño corearon los aullidos de muerte de los lobos. Que no olviden, sin embargo, que poseían sobre nosotros la inmensa ventaja de disponer de un sistema político coherente, susceptible de sustituir al estalinismo, y al que podían agarrarse en medio de la profunda miseria de la revolución traicionada. Los trotskistas no ’confesaban’ porque sabían que sus confesiones no servirían ni al partido ni al socialismo”.
La política de los estalinistas era ya abiertamente contrarrevolucionaria, como se demostraría en España, y significaba una ruptura total con la tradición del marxismo y el bolchevismo. El único argumento que encontró el estalinismo fue la calumnia y la liquidación física, tanto de la oposición de izquierda como de cualquier otro elemento que pudiera estar ligado a la revolución de 1917. Eso fueron los Juicios de Moscú, donde se liquidó a lo que aún quedaba vivo del Comité Central bolchevique de 1917, salvo a Trotsky al que se asesinaría por un agente de la GPU y militante del PSUC. Una purga que tuvo su correlato en todos los niveles del partido y el aparato del Estado y el Ejército Rojo. Para justificar tal operación se inventó y desarrolló la leyenda del trotskismo como una “causa general” no sólo contra los trotskistas, sino contra toda disidencia al interior de las organizaciones estalinistas. Trotsky pasó a ser el gran “revisionista”, que había abandonado el marxismo revolucionario para pasarse a las filas de la burguesía, el dirigente de una gran conspiración contra la URSS y el movimiento obrero internacional. Todas sus críticas y acciones estaban dirigidas al sabotaje de la economía y sociedad soviética, y a facilitar la influencia del imperialismo y la burguesía en la clase trabajadora.
Otros anti estalinistas como Andreu Nin y el POUM sufrirían acusaciones similares de “trotskismo”. Para el PCE y el PSUC se trataba de agentes de Franco y así lo denunciaron y sostuvieron hasta los 70. Incluso tras el secuestro, tortura y asesinato de Nin por agentes de la GPU, respondían a las pintadas del POUM de “Gobierno Negrín, ¿Dónde está Nin?” con otras donde se leía “En Salamanca -con Franco- o en Berlín -con Hitler”. Esta leyenda sobre el trotskismo, como toda gran falsificación, tenía serias contradicciones. Al menos tantas como virajes tuvo la política exterior de Stalin durante los 30. Los perversos trotskistas pasaban de ser agentes del fascismo alemán a agentes del imperialismo democrático según Stalin estuviera buscando la alianza con los segundos o firmando el pacto Hitler-Stalin. Hoy en día ningún historiador serio daría la más mínima credibilidad a estas falsificaciones, sin embargo siguen siendo parte de los “manuales de formación” del neo-estalinismo ibérico. Una forma “fácil” de armar doctrinalmente a sus militantes, muchos de ellos jóvenes que se están izquierdizando, ante toda discusión que saque a la luz cómo su tradición y estrategia lejos de apuntar a que la clase trabajadora conquiste el poder, construya sus propios órganos de autoorganización y mantenga total independencia de las distintas alas burguesas, reproduce la vieja conciliación de clases del estalinismo de José Diaz y la Pasionaria. Una conciliación que ahora queda plasmada por ejemplo en el apoyo a gobiernos burgueses “progresistas” de todo tipo -desde Chávez-Maduro, hasta Morales o Correa- o incluso a simples dictaduras como la de Al Assad por su alineamiento con los primeros.
La utilidad de la leyenda antitrotskista para el nuevo reformismo
Se podrá pensar que nadie a estas alturas puede seguir creyendo las fantasías estalinistas de un Trotsky a sueldo de la CIA o la Gestapo, o incluso de las dos simultáneamente. Sin embargo esta vieja leyenda antitrotskista es una de las claves, aunque no la única, para entender de donde viene la visión que hoy en día buena parte de los activistas y militantes de la izquierda española tienen del trotskismo. Debemos tener en cuenta que el estalinismo fue la corriente política más importante desde el aplastamiento de la revolución española hasta el final de la Transición. No solo por el PCE que fue el principal partido del antifranquismo, sino porque incluso en la emergencia de la extrema izquierda a finales de los 60 será el maoísmo la corriente que se alzará como hegemónica a la “izquierda de Carrillo”. Organizaciones como el Partido del Trabajo, el Movimiento Comunista o la Organización Revolucionaria de Trabajadores, nacerán impactados por el fenómeno mundial de la “nueva izquierda” y como reacción a la política de “reconciliación nacional” del PCE. No se rompía pues con la histórica estrategia de conciliación de clases del estalinismo. Se separaban de su desarrollo más extremo, del nuevo “eurocomunismo” que en el Estado español había “ampliado” la alianza con la burguesía. Ya no sólo se buscaba la subordinación del movimiento obrero a la burguesía “democrática”, sino a la misma burguesía “franquista” en proceso de cambio de chaqueta. Era la renuncia a la “ruptura democrática”, que iba a dejar una democracia degradada con Monarquía, impunidad y continuismo para todo el aparato del Estado franquista y negación de los derechos democráticos de las nacionalidades. Los maoístas siguieron planteando la necesidad de luchar por dicha ruptura, que como en los años 30, perseguía la conquista de una república democrática respetuosa con la propiedad capitalista. Por lo tanto estas rupturas por izquierda del estalinismo oficial, el PCE, lo hacían reafirmándose en los aspectos más clásicos de su tradición estalinista, incluido el furibundo antitrotskismo. Se trataba de volver al PCE de José Díaz y a la URSS de Stalin, contra los revisionistas de Carrillo y Brézhnev. Con lo cual durante todo este periodo de hegemonía estalinista la leyenda antitrotskista siguió vigente sin apenas variación. Estas calumnias, por más que puedan parecer ridículas, incluso aún hoy son reproducidas de alguna manera por referentes de la izquierda aparentemente más serios. Es el caso de Pablo Iglesias, quien en una reciente editorial de arranque de su programa Fuerte Apache trató de vincular a los neocon norteamericanos con un supuesto origen en las filas del trotskismo.2 Una carambola política que pretendía basarse en la antigua militancia en grupos trotskistas estadounidenses de algunos referentes de esta corriente política reaccionaria. Pero que lo hicieron muchos años después de haber roto con el trotskismo. Obviando, por otra parte, que estos transformismos se dieron de forma muy extendida en otras muchas corrientes de la izquierda, empezando por el mismo estalinismo que de hecho terminó siendo el agente directo de la restauración capitalista en la URSS y los países del mal llamado “socialismo real”. Una calumnia extensamente respondida por Pepe Gutiérrez, de la Fundación Andreu Nin y militante de Izquierda Anticapitalista., en su artículo “Trotskismos y neocons, una amalgama infame (y un anexo)”.3 Al mismo tiempo se jalea la imagen del trotskismo como sinónimo de revisionista y reformista sin ningún fundamento serio, desgraciadamente en ocasiones con la colaboración de dirigentes de organizaciones que provienen históricamente del trotskismo. En el programa número 100 de la Tuerka4 Pablo Iglesias lanzaba la siguiente pregunta a Miguel Urbán, dirigente de Izquierda Anticapitalista (IA): “Este programa ha sido calificado por muchos de (ser) un programa trotskista. Tú que eres un experto en la materia. ¿Qué te parece esta afirmación?”. Urbán optó por responder negando que la Tuerka pueda ser considerado trotskista -lo cual es cierto- pero avanzó en su argumento afirmando que es increíble que todavía existan numerosas sectas estalinistas “igual que es increíble que alguien todavía se considere trotskista”. Rechazando como ridícula esta tradición, y lo que es peor, equiparándola con la del estalinismo. El cierre de Iglesias, apoyado en la defenestración que acababa de hacer Urbán contra el trotskismo fue el siguiente: “A Trotsky le hubiera gustado estar en la Tuerka, con lo cual esto nos condena al infierno del reformismo, el revisionismo y el trotskismo”. Haciendo uso de su habitual tono irónico dejaba correr y reafirmaba la leyenda más light, menos tosca, contra nuestra corriente.
Decirse -o que te digan- trotskista a ojos de muchos militantes y activistas muchas veces es sinónimo de ser un revisionista, alguien que ha revisado el marxismo en clave totalmente reformista. El pozo de la vieja leyenda sin duda favorece la existencia de este falso “sentido común”. Por eso no es una casualidad que desde referentes de un nuevo reformismo que está surgiendo en los últimos años, como es Pablo Iglesias, no sólo no se discutan estas falsificaciones, sino que incluso se les de aire. Lo lamentable es que dirigentes de IA como Urbán sean parte del show. Estamos en un momento donde el debate acerca de qué proyecto político es necesario construir y cuál es la vía para acabar con el Régimen político y resolver los grandes problemas democráticos y problemas sociales provocados por la crisis capitalista. Por el momento los proyectos políticos que están hegemonizando la discusión son los que defiende Pablo Iglesias, sectores de IU e incluso de parte de grupos de la extrema izquierda, como Miguel Urbán y la dirección de IA. Proyectos con un programa de reforma política y económica, y una estrategia de conseguir una victoria electoral y la creación de un gobierno de la izquierda reformista. La inspiración o modelo lo encuentran en Siryza en Grecia o el Front de Gauche en Francia. Y también en los procesos encabezados por los Gobiernos posneoliberales latinoamericanos del eje bolivariano. Esto último sobre todo por la combinación de vía electoral y lo que llaman “empoderamiento popular”. Un modelo de movilización de las masas -el chavista- que lejos de ser un verdadero empoderamiento popular se trata del encuadramiento de la movilización de masas para el apoyo de la agenda gubernamental, evitando todo tipo de “rebase” o movilización independiente de los trabajadores y sectores populares. El discurso de Iglesias o Urbán se toca en algunos fundamentos claves. Ambos insisten en que está clausura-da la vía de la lucha armada – entendida esta como la estrategia basada en el terrorismo individual o la lucha guerrillera – y que por tanto la única posible es la electoral, para lo cual es necesario buscar la confluencia de la izquierda realmente existente. Urbán lo sintetizaba recientemente en una entrevista al periódico digital cuartopoder.es, cuando planteaba: “Se les puede echar desde el parlamento, con las armas o con los votos. Como con uno no podemos y con las armas no queremos, habrá que echarlos con los votos. Primero tendremos que discutir desde qué bases mínimas podemos hablar de unidad, y después ya veremos cuáles son los siguientes pasos”.5 Ambos rechazan, o mejor dicho omiten como si estuviera descartada por adelantado, la posibilidad de una salida revolucionaria. Por supuesto declaran “sectaria y dogmática” a aquella “izquierda clásica” que aspira a un proceso de movilización de los sectores populares con la clase trabajadora al frente. Un proceso revolucionario que pueda derribar el actual régimen y sobre sus ruinas imponer un Gobierno de los trabajadores y el pueblo, basado en los organismos de autodeterminación de las masas. Los dos dan por concluida la “etapa de la revolución de octubre” -el ejemplo más importante de esta estrategia- y para ello se apoyan en el fracaso de la URSS estalinizada y el rechazo a la idea de revolución obrera que se generó gracias a los ideólogos de la ofensiva neoliberal de las últimas décadas. Nosotros, como militantes trostskistas, pensamos que existe un balance distinto a la caída de la URSS que el que han planteado estos pensadores de la burguesía. Su degeneración no fue algo inevitable o innato de toda revolución proletaria, sino un proceso marcado por las agudas contradicciones sociales y políticas que atravesaron al primer Estado obrero de la historia, su atraso y destrucción después de la guerra civil, y sobre todo la no extensión de la revolución a los principales centros capitalistas. Contra dicha degeneración era posible oponer un programa y una estrategia política, luchar por nuevos triunfos revolucionario en otros países -en contra de la política contrarrevolucionaria de “socialismo en un sólo país”. Y también por una revolución política al interior de la URSS, que tirase abajo la dictadura de la burocracia y regenerase el Estado por medio de la más amplia y genuina democracia obrera. Sin el triunfo de esta revolución política la burocracia iba a terminar tratando de restaurar el capitalismo, pues la mejor garantía de blindar su posición privilegiada era acceder a la propiedad de los medios de producción que hasta ese momento parasitaba desde el Estado. No es de extrañar, por lo tanto, que únicamente el trotskismo haya sacado un balance de la experiencia de la URSS que no sea en clave reformista, es decir que no niegue la posibilidad de que los trabajadores podamos realizar una revolución. No fue la estrategia de la revolución proletaria lo que hizo fracasar la experiencia de la URSS, sino la liquidación de la misma y sus conquistas en manos del poder estalinista. Aquellos que desde la izquierda quieren canalizar el malestar social creciente hacia una salida de reforma, prefieran obviar que se puede pensar una estrategia alternativa a la guerrillera y la electoral. Y quisieran que el trotskismo, la única corriente que ha planteado un balance revolucionario de la experiencia estalinista, siga envuelto en etiquetas como “revisionismo”, “reformismo” o “tan desfasado como quien se reivindica estalinista”. Coinciden con los estalinistas en una cuestión importante, a ambos la leyenda antitrotskista en sus distintas versiones les es funcional para tratar de alejar a miles de jóvenes y trabajadores que quieren luchar contra el capitalismo de conocer el marxismo revolucionario.
La necesidad de refundar el trotskismo en el Estado español
La crisis capitalista y la debacle del Régimen del 78 está haciendo que miles de jóvenes y trabajadores nazcan a la vida política, el activismo e incluso la militancia. Un fenómeno que tuvo como punto de inflexión el 15M pero que se viene desarrollando sin cesar, y que en el último tiempo está generando nuevos debates acerca de cuál debe ser la estrategia y los proyectos políticos de los que dotarnos para lograr vencer. La historia de la izquierda en el Estado español marca en gran medida el punto de partida de este proceso de politización, que conforme sigan avanzando la crisis económica y política puede tender hacia la radicalización de miles. Y en este punto de partida por el momento las corrientes políticas que mejor situadas están son las que o bien provienen del reformismo clásico, o bien se han ido adaptando al mismo en las últimas décadas de retroceso ideológico. Desde nuestro punto de vista es necesario fortalecer un polo que comience a levantar una alternativa revolucionaria en todas estas discusiones. Una alternativa que pelee por recuperar una estrategia de clase, por pelear en el movimiento obrero contra las actuales direcciones burocráticas y porque éste pueda ponerse en movimiento con un programa para hacer pagar la crisis a los capitalistas, que asuma también las demandas de otros sectores populares afectados por la crisis y por supuesto las reivindicaciones democráticas que son clamor en la calle, por terminar con la Monarquía y por el derecho de autodeterminación de Catalunya. Que pelee por la más absoluta independencia política de los trabajadores, en contra de los procesos de conciliación de clases que están ganando peso o las salidas electoralistas y de reforma del régimen del 78. Que quiera resolver todas estas cuestiones por medio de la movilización obrera y popular, sobre las ruinas del actual régimen e instaurando un Gobierno donde seamos los trabajadores y el pueblo los que gobernemos, no los banqueros y los empresarios. Que no se “detenga” en la sacrosanta propiedad privada de los medios de producción, y esté dispuesto a luchar por la expropiación de los que nos expropian todos los días, para que el conjunto de la economía esté bajo el control y el servicio de las amplias mayorías sociales. Se trata de una alternativa que apunta a conquistar una sociedad sin explotación ni opresión, donde las amplias mayorías sociales seamos las dueñas de nuestros destinos. Un proceso de transformación social que no se podrá detener en un sólo país. Y basándonos en las lecciones de la historia pelearemos que esté siempre dirigido y controlado por organismos de democracia directa. Una alternativa que está opuesta por el vértice a todos los que quieren conducirnos a una nueva reforma o humanización del capitalismo, y también a los que quieren retomar experiencias fracasadas como el estalinismo que sólo auguran nuevos palos en la rueda revestidos de rojo. Esta es la alternativa revolucionaria que desde Clase contra Clase creemos hay que construir hoy más que nunca, y que para nosotros no es otra cosa que refundar en el Estado español, la única tradición que plantea un programa y una estrategia en este sentido, el trotskismo o marxismo revolucionario.
NOTAS
1 Ver Federico Grom, Algunas notas para el debate Siria, Contracorriente 38, octubre 2013. 2 Pablo Iglesias sobre neoconservadores, trotskistas y el sexo. http://www.youtube.com/ watch?v=vZGqDZLY4bs 3 http://www.anticapitalistas.org 4 La Tuerka #100. http://www.youtube.com/ watch?v=aQxE95TQHdQ 5 “Anticapitalistas, Foro Cívico, IU, Equo y colectivos del 15M ensayan un nuevo frente político”, Cuartopoder.es, 11 de mayo de 2013. http://www.cuartopoder.es/loszapato…