Nuestra lucha por un partido que organice la vanguardia de la clase obrera

En la segunda jornada del Congreso de la CRT, dedicada al balance y la orientación, también se presentó y aprobó el documento de organización, el cual fundamenta nuestra pelea por un partido de vanguardia de la clase obrera, así como los principios fundamentales y métodos de nuestra tradición en lo que hace a la organización partidaria.
La fundación de la CRT es una nueva etapa de construcción e intervención política de nuestra organización, en la que se incorporan un alto porcentaje de nuevos militantes. Por ello, en este artículo desarrollamos el contenido central del documento presentado al Congreso, con el objetivo de aportar a la formación de las nuevas camadas de militantes, así como sistematizar algunos elementos desarrollados con antelación por el grupo Clase contra Clase.

La organización, no es un problema “técnico” por lo que sería un error no abordar estas cuestiones desde sus fundamentos políticos y estratégicos más profundos.

¿Qué tipo de partido queremos construir?: nuestra lucha por un partido de vanguardia con influencia de masas

En la historia de los partidos que han logrado influencia significativa como representantes de la clase obrera han existido dos tendencias predominantes: por un lado, los llamados partidos “de masas”, que agrupan ampliamente a sectores de la clase trabajadora; y por el otro, partidos que agrupan a la vanguardia obrera y que se proponen conquistar influencia de masas, es decir, partidos de vanguardia con influencia de masas.

El primer tipo, es el arquetipo de los partidos socialdemócratas que se transformaron en “socialtraidores” apoyando en sus distintos países a la burguesía imperialista para ir a la Primer Guerra Mundial y adoptaron una estrategia reformista de “educadores” graduales de la clase obrera, descartando cualquier transformación revolucionaria de la sociedad. Posteriormente los partidos comunistas de la corriente “eurocomunista”, en la década del ’70, iniciaron un curso convergente con el de los partidos socialdemócratas. En la actualidad, esta perspectiva política y organizacional se manifiesta en las diversas formaciones neorreformistas como Podemos o Syriza, aunque con una ínfima capacidad de agrupar en su seno a sectores de la clase trabajadora en comparación al reformismo “clásico”.

En este tipo de partidos, los “militantes” son una base pasiva, usualmente de afiliados que colaboran de vez en cuando en la organización electoral, o participan de la “gestión” de las distintas instituciones donde actúa el partido. En el caso de Podemos, por ejemplo, este sistema se llevó al paroxismo agrupando a los militantes como “adherentes” que se inscriben y deciden vía internet.

El segundo tipo de partido es el que llamamos “partido leninista”, porque está inspirado en la experiencia de la más grandiosa revolución en la historia de la clase obrera y las lecciones de táctica y estrategia revolucionaria de los bolcheviques que llevaron al triunfo la Revolución, posteriormente degenerada por la camarilla estalinista que se adueñó del poder. La III Internacional en los primeros años, y luego la IV Internacional fundada por León Trotsky, defendieron y desarrollaron aquella tradición.

Se trata de partidos “comunistas” por su programa y estrategia, que agrupan a la vanguardia de la clase obrera como militantes activos y permanentes -decenas de miles, en momentos de ascenso de la lucha de clases- y que se proponen dirigir a millones, ganando “influencia de masas”.

Son partidos que se proponen dirigir sindicatos o “fracciones” de estos y demás instituciones de “tiempos de paz” de las masas. Pero lo hacen en la perspectiva de forjar una dirección política y fracciones revolucionarias insertas en las principales concentraciones obreras de la industria y los servicios, para desde allí dirigirse al conjunto de la clase obrera y demás sectores oprimidos de la sociedad, impulsar la lucha revolucionaria y, en su curso, construir organizaciones del tipo de los “concejos obreros” o “soviets” que superen las fronteras “sindicales” y den forma al frente único para la lucha. Es decir, que se conviertan en los órganos de la revolución y del futuro gobierno de los trabajadores.

Esta distinción comenzó a plantearse en 1903, en los orígenes del “bolchevismo”. Veamos cómo lo explicaba sencillamente Lenin en 1904: “no se puede, en verdad, confundir al Partido como destacamento de vanguardia de la clase obrera con toda la clase (…) creer que casi toda la clase o la clase entera pueda algún día, bajo el capitalismo, elevarse hasta el punto de alcanzar el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia (…) Ningún socialdemócrata [revolucionario para la terminología de la época, NdR] juicioso ha puesto nunca en duda que, bajo el capitalismo, ni aun la organización sindical (más rudimentaria, más asequible al grado de conciencia de las capas menos desarrolladas) esté en condiciones de englobar a toda o casi toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su avanzado nivel, sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente así se cierran los ojos y tal es el olvido que se comete cuando se borra la diferencia que existe entre los que están en contacto y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra” (“Un paso adelante, dos pasos atrás”).

La práctica política en los regímenes democrático-burgueses presiona hacia la adopción del primer tipo de partido, especialmente en la actualidad, donde lo más dinámico no es la lucha de clases sino los fenómenos políticos. Cuando la participación en las elecciones se convierte en la actividad principal (“electoralismo”), el propagandista -en apariencia “sectario”- que quiera organizar sólo a los que tengan nivel teórico-político “aceptable”, siempre está de acuerdo en presentarse a elecciones y hacer “agitación política” (no es incompatible con el electoralista). El sindicalista, por su parte, necesita un aparato que lo ayude a dirigir su comité de empresa, con lo cual termina también “confluyendo” con el primero. Todos tienen algo en común que los distancia sideralmente de la construcción de un partido “leninista”: su oposición a forjar verdaderas fracciones revolucionarias de militancia activa en las fábricas y empresas, así como en el movimiento estudiantil y de mujeres, al calor de las más variadas experiencias de lucha y organización.

En este sentido la CRT impulsa agrupaciones con militantes independientes que, aunque no compartan el conjunto de nuestro programa y estrategia, adhieren a los programas de estas agrupaciones, delimitadas como fracciones de izquierda de los distintos movimientos y fenómenos en los que intervenimos. Esto permite hacer una experiencia política y práctica común con nuevas compañeras y compañeros con los cuales nos proponemos discutir, sin imposiciones ni inmediatismos, el conjunto de nuestra teoría, programa y estrategia.

Un partido de tipo leninista comprende y actualiza su programa, tácticas y estrategias a partir de la propia base de la teoría marxista y su método, poniéndola a prueba permanentemente en la práctica, siguiendo la “experiencia de los tanteos y vacilaciones, los errores y los desengaños”. El internacionalismo militante es vital en este terreno, para lograr la “riqueza de vínculos internacionales y un excelente conocimiento de las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial”.

Interviene en todos los terrenos de lucha (teórica, política, económica y parlamentaria) para conquistar cada vez más la “riqueza de experiencias” que existe en la realidad y se pone a prueba en cada combate de la lucha de clases; organiza el partido sistemáticamente, actuando siempre en función de lo más avanzado de la experiencia real de los trabajadores y la juventud. Esto significa que no hay formas fijas de organización, sino que deben adecuarse a las condiciones políticas.

La práctica política de Clase contra Clase, ahora la CRT, apunta a desarrollar nuestra organización en ese último camino, considerando la realidad de la clase obrera en el Estado español, influenciada por el reformismo y otras mediaciones. Así, nos propusimos desde nuestro origen intervenir en la clase obrera, considerando las luchas económicas como “escuelas de guerra” (Lenin), como humildemente lo hicimos con la lucha de Telepizza o la de Panrico entre otras.

El norte de poner en pie un partido de combate “leninista”, permite en los momentos preparatorios como el actual, responder correctamente a los desafíos de la lucha de clases (y sus expresiones políticas) y forjar la dirección, los cuadros y militantes que serán capaces, en los momentos de lucha de clases aguda, vencer los golpes de la represión, no ceder a los “cantos de sirena” de los conciliadores, organizando a decenas de miles para dirigir a millones.

No creemos que este partido pueda ser fruto de la evolución lineal de nuestra organización, sino que surgirá por un proceso de fracciones y fusiones, no solo entre los sectores de la izquierda al calor de las principales lecciones de la lucha de clases, sino con los sectores de la vanguardia obrera y juvenil que destaque la misma.

Nuestro método de organización: el centralismo democrático

El centralismo democrático es un aspecto fundamental que hace a los principios de la organización interna y la vida de un partido revolucionario. Surge históricamente de las necesidades que impone la lucha de clases a una organización que tiene como objetivo el triunfo de la revolución proletaria.

El andamiaje de dominación de la burguesía, que cuenta con miles de representantes -desde las fuerzas represivas a la burocracia sindical- exige para enfrentarlos una organización altamente centralizada.

La posibilidad de la centralidad nos la da el programa y la estrategia común. Pero una organización revolucionaria, a la vez que delimita sus fronteras a través del programa que propone para que la clase obrera se transforme en una fuerza social y política hegemónica, debe garantizar que todos sus miembros tengan el derecho de discutir y cuestionar la orientación de su política a partir de la experiencia viva en la lucha de clases.

Centralismo y democracia son dos polos de un mismo régimen. El principal creador del partido revolucionario centralista democrático fue Lenin, líder de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata que tomó el poder en Rusia. A partir de 1923, comenzó el proceso de degeneración burocrática del estado soviético y del Partido Comunista ruso, conquistando su dirección la fracción encabezada por Stalin, como representación política de la burocracia que liquidó a la dirección revolucionaria y las conquistas de octubre.

En muchos casos, todo nuevo militante o simpatizante que se acerca a un partido de izquierda suele manifestar como “sentido común” el rechazo al “centralismo democrático”, identificando éste con la brutal degeneración que hizo de él el estalinismo, transformándolo en “centralismo burocrático” en el marco de un régimen de partido único. Nuestra concepción no puede ser más opuesta, siguiendo la tradición que defendieron Lenin, Trotsky y los trotskistas en su lucha contra la degeneración del estado soviético.

Como ilustra León Trotsky en esta definición: “Un revolucionario se forma en un clima de crítica a todo lo existente, incluida su propia organización. Sólo se puede lograr una firme disciplina por medio de la confianza consciente en la dirección. Para ganarse esta confianza son necesarias una política correcta y también una actitud honesta frente a los propios errores. (…) Un régimen partidario democrático conducirá a la formación de un endurecido y unificado ejército de luchadores proletarios sólo si nuestras organizaciones, apoyándose en los firmes principios del marxismo, están dispuestos a combatir irreconciliablemente, aunque con métodos democráticos, toda influencia oportunista, centrista y aventurera” (“El régimen partidario”, 17 de agosto de 1933).

Por ello, los principios del centralismo democrático suponen “la posibilidad absoluta para el partido de discutir, criticar, de expresar su descontento, de elegir, de destituir, al mismo tiempo que implica una disciplina de hierro en la acción (…) que garantice la combatividad del partido”.

El “centralismo democrático”, no debe ser una herramienta para esconder diferencias, suspender el debate entre la militancia o acallar toda crítica, que fue la tergiversación burocrática que hizo el estalinismo y lamentablemente reproducen muchas organizaciones que se reivindican de la izquierda revolucionaria. En el otro extremo de esta tergiversación, se encuentra la concepción de fracciones de existencia permanente, funcional a los sectores conciliadores y a la formación de partidos laxos, sin delimitación estratégica y adaptados al régimen democrático burgués.

León Trotsky planteaba en un texto de 1937 que “La doctrina actual que proclama la incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está en desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia del bolchevismo es en realidad la de la lucha de las fracciones. ¿Y cómo un organismo que se propone cambiar el mundo y reúne bajo sus banderas a negadores, rebeldes y combatientes temerarios, podría vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin formaciones fraccionales temporales? (…)” ” (“La degeneración del partido bolchevique” de “En defensa del marxismo”, septiembre de 1937).

Sin embargo, para Trotsky “el partido revolucionario presenta un programa y tácticas definidas. Esto impone de antemano límites determinados y muy claros a la lucha interna de tendencias y agrupaciones (…) Pero el hecho de que las limitaciones a la lucha ideológica se establezcan a priori, de ninguna manera niega la lucha en sí, dentro del marco de los principios generales. Es inevitable; si se mantiene dentro de los límites señalados, es fructífera. Por supuesto, el contenido fundamental de la vida partidaria no reside en la discusión sino en la lucha” (“Las fracciones y la IV Internacional”, 1935).

La CRT defiende el criterio de que las y los militantes tienen derecho a expresar sus posiciones políticas en los materiales internos y en la prensa, dentro de los límites generales del programa partidario. Si las diferencias son de magnitud, es lógico que tiendan a crearse agrupamientos especiales al interior del partido, para desarrollar la lucha política, que deberá resolverse en los Congresos o Conferencias. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de organizaciones de izquierda, proponemos como norma el derecho a la formación de tendencias y fracciones más allá de los Congresos.

Como parte de nuestras normas de funcionamiento democrático, expresamos la mayor parte de nuestras discusiones en la prensa partidaria; editamos Circulares Internas periódicamente en las que los militantes tienen derecho a hacer públicas sus posiciones y, en el conjunto de nuestra organización, a través de nuestro sitio web, como de otros medios, circula una gran cantidad de información sobre la intervención del partido, base elemental de toda democracia interna.

Es imposible ofrecer una fórmula sobre “centralismo democrático” única de una vez y para siempre. Es una formula algebraica, sin magnitudes concretas. Esta debe encontrar inevitablemente una expresión diferente en los partidos de diversos países y en distintos estados de desarrollo de un mismo partido. Todo depende de circunstancias concretas, de la situación política del país (legalidad o ilegalidad para actuar), de la experiencia del partido, del nivel general de sus miembros, así como de la autoridad de su dirección.

Tanto las condiciones objetivas de legalidad burguesa como las aún insuficientes pruebas en luchas revolucionarias de los partidos de izquierda actualmente existentes exigen poner el acento en el polo democrático de la fórmula general. Pero, incluso en esta etapa donde la lucha de clases se manifiesta como “escuela de guerra” (y no como “la guerra misma”) nuestra organización se forja, aprende y se critica a sí misma preparándose para los acontecimientos futuros no sólo poniendo a prueba su programa sino también una firme unidad en la acción.

Un partido que no tenga algún grado de centralización no sirve hoy para actuar en la realidad y menos aún en los momentos revolucionarios decisivos. El centralismo democrático, como organización jerárquica por la existencia de una dirección es, no obstante, mil veces más democrática que muchas organizaciones “horizontales” dado que se establece una interrelación entre la base y la dirección, con rendición de cuentas, derechos, obligaciones y responsabilidades claras de todos los militantes.

Por ello para nosotros la dirección del partido debe estar bajo el control del conjunto de la organización, ante la cual es responsable. La militancia tiene el derecho de demandar de sus dirigentes la mayor responsabilidad. La selección de compañeras y compañeros a posiciones de dirección se prueba de forma continua, mediante la seriedad, la entrega y la identificación en la vida diaria y la acción con los objetivos revolucionarios del partido.

Al mismo tiempo, la dirección debe promover la crítica revolucionaria hacia los dirigentes, entre los dirigentes entre sí, y entre los militantes, enfrentando el clima pequeñoburgués que crea la presión de una sociedad que alienta la “realización individual” por sobre toda “causa común”, así como mantener una actitud paciente hacia los militantes, en particular con los compañeros y compañeras más críticos.

Buscamos un partido fraternal, con espíritu revolucionario y que sea un ejemplo moral frente a la degeneración del reformismo y en muchos casos del centrismo, pero lejos de la diplomacia, donde a la vez haya crítica dura a los errores y métodos burocráticos así como contra toda autocomplacencia.

Por último, pero no menos importante, para el marxismo el carácter de un partido revolucionario de la clase trabajadora está dado no sólo por su programa, su estrategia y su práctica, sino también por su composición de clase. Esto implica la promoción de dirigentes obreros en las principales tareas de responsabilidad. La composición de clase del partido debe corresponder a su programa y la calidad del régimen de “centralismo democrático” se pone a prueba si hace viable el desarrollo de obreros revolucionarios.

Si bien no es lo mismo el centralismo democrático de un partido (vanguardia revolucionaria consciente organizada alrededor de un programa) que la democracia de las organizaciones de masas como los sindicatos, donde se expresan varias tendencias, incluso las reformistas, la lucha por la más amplia democracia obrera en estas organizaciones es condición para una correcta selección de militantes y un régimen interno sano.

La formación en el marxismo: un aspecto indispensable para garantizar una discusión democrática

La formación en el marxismo revolucionario y en el internacionalismo proletario de los nuevos compañeros y compañeras es otro aspecto esencial del significado de la democracia partidaria, sin la cual la posibilidad de actuar sobre la realidad, cuestionar la orientación propuesta por la dirección y hacer pesar las opiniones hacia el interior del partido se vuelven cuestiones puramente formales.

La democracia presupone entonces no sólo una actitud política formal, sino también una preocupación constante por parte de la dirección por la formación de la militancia y en especial de los sectores obreros a los que todo les es negado, comenzando por sus capas más explotadas como es la juventud trabajadora.

Es necesario combatir conscientemente las tendencias a la separación entre una dirección activa y una base ejecutora de las políticas, típicas del centrismo, que es un reflejo de la separación en la sociedad burguesa del trabajo manual e intelectual. Esto supone un esfuerzo constante por elevar el nivel teórico político de toda la militancia y hacer sujeto, a todo el partido, de la elaboración colectiva de la política y la construcción.

Al mismo tiempo, nuestra organización debe tomar todas las medidas que permitan hacer pesar en la vida del partido a los sectores obreros, formándolos sistemáticamente como cuadros y dirigentes trotskistas, para asegurar una participación creciente en los distintos órganos de dirección. Nuestra concepción es la del militante como “tribuno del pueblo” contra la de “secretario de tradeunion”, lo que resume la diferencia entre el sindicalista y el obrero comunista revolucionario.

Con este objetivo, la CRT impulsa cátedras marxistas, escribe permanentemente artículos de debate político e ideológico en Izquierda Diario, publica libros junto con el CEIP León Trotsky y el Instituto del Pensamiento Socialista – Carlos Marx de Argentina, participa en la publicación de la revista Estrategia Internacional, órgano de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, se propone relanzar la publicación de su revista de teoría y política en el Estado español así como impulsar escuelas de cuadros para la formación de su militancia.

Unas finanzas independientes del Estado y el Régimen

Toda nuestra actividad nos exige grandes esfuerzos económicos. El carácter de nuestra organización y sus tareas nos imponen la independencia económica de nuestras finanzas frente al Estado y toda institución del régimen. El principal sostén económico de un partido revolucionario deben ser las cotizaciones de sus militantes y simpatizantes. Las mismas se realizan mensualmente y su monto es voluntario, expresión del acuerdo político, y acorde a las posibilidades económicas de cada uno.
Nuestras finanzas son fruto del esfuerzo militante y se dedican al desarrollo de la organización independiente de la clase obrera y la construcción de su herramienta para la emancipación.

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