Polémica con el Ministro de Finanzas de Syriza

Debatiendo hace algunos sábados con el economista francés Frédéric Lordon, subrayábamos una contradicción fuerte. Por un lado, gran parte del mainstream (nos referimos a los representantes de la tesis del estancamiento secular) insiste en lo que parece ser una sospecha de que algo no anda bien con el capital en el largo plazo. El recelo los induce a dudar de las virtudes de la “política” a secas añorando las cualidades restauradoras de las guerras. Por el otro lado y al mismo tiempo, sectores que se posicionan desde la izquierda (incluyendo un amplio arco, es claro), tienden a converger esgrimiendo las cualidades de las soluciones “institucionales” o de la “política a secas” –esto es, excluyendo procesos revolucionarios, crisis catastróficas, guerras, etc.- a la vez que se empeñan en negar las intuitivas incertidumbres del mainstream. De este modo, si un manto de sospechas parece nublar la confianza de los eternos naturalizadores del capital, una suerte de fatalismo económico (en el sentido en que Lukács se lo atribuía a Bernstein y a otros socialdemócratas), parece marcar el rumbo de un amplio arco al que, de forma un poco extensiva, podríamos llamar “modernos anticapitalistas éticos”. Veamos.

El paradigmático ejemplo griego

Yanis Varoufakis es el actual Ministro de Finanzas del gobierno griego de Syriza. En un reportaje de principios de año publicado en el periódico inglés The Guardian, traducido al español por varios sitios y reproducido parcialmente por el Blog de Abel en la Argentina, Varoufakis se transfigura en la voz cantante y explícita de esta paradoja. Nos dice por un lado que si su pronóstico es correcto y desde 2008 “no estamos enfrentando sólo otra recesión cíclica que pronto será superada”, la cuestión que se plantea para la izquierda radical es la siguiente: “¿hay que dar la bienvenida a esta crisis del capitalismo europeo como una oportunidad para sustituirlo por un sistema mejor? ¿o deberíamos estar tan preocupados cómo para embarcarnos en una campaña para estabilizar al capitalismo europeo?” Para él “la respuesta es clara” ya que “La crisis europea es mucho menos propensa a dar a luz una mejor alternativa al capitalismo que a dar rienda suelta a las fuerzas peligrosamente regresivas que tienen la capacidad de provocar un baño de sangre y la extinción de la esperanza para los movimientos progresistas para las generaciones venideras.” Se trata entonces, ciertamente, de salvar al capitalismo europeo. Como nos dice: “Si esto significa que somos nosotros, los apropiadamente denominados marxistas erráticos, quienes debemos tratar de salvar al capitalismo europeo de sí mismo, entonces que así sea. No por amor al capitalismo europeo, por la eurozona, por Bruselas, o por el Banco Central Europeo, sino porque queremos minimizar las pérdidas humanas innecesarias de esta crisis”. Aunque confiesa que “preferiría estar promoviendo una agenda radical, la raizon d’être de lo que es reemplazar al capitalismo europeo por un sistema diferente”.

Ahora bien, este razonamiento que Varoufakis considera fruto de la dialéctica, tendría por fundamento tres errores ajenos. El primero correspondería a Lenin, los otros dos, a Marx. Parece que en sus años mozos, el actual ministro –abusando de manera inusitada del pobre Lenin- había vivido convencido de que “el triunfo de Thatcher podía ser una cosa buena, proveyendo a las clases trabajadoras y a la clase obrera de Gran Bretaña el shock profundo y penetrante necesario para revigorizar políticas progresivas.” Todo esto porque él (Varoufakis) “continuaba albergando esperanzas de que Lenin estaba en lo correcto”. Menos mal que Varoufakis no militó durante los años ’30 en Alemania, sino tal vez y creyéndose “leninista”, habría pensado que el fascismo era una cosa mejor aún que el thatcherismo para “revigorizar políticas progresivas”…Sin embargo y luego del affaire Thatcher, no se le ocurrió a Varoufakis pensar que por ahí lo que andaba mal era su comprensión de Lenin, que quizá convenía escarbar un poco más en la teoría, sino que “dialécticamente” concluyó que había que salvar al capital de sí mismo (cuestión que a Keynes se le había ocurrido muchos años antes que a él, sin necesidad alguna de incomprender de ese modo a Lenin). Pero vayamos a los errores de Marx.

Disparen sobre Marx

Marx, según Varoufaquis, habría cometido “dos errores espectaculares”, el primero por omisión y el segundo por comisión. El primer error consiste en que Marx habría “fallado en pensar suficientemente el impacto de su propia teorización sobre el mundo en el que él estaba teorizando” y se pregunta “¿cómo es que no mostró ninguna preocupación respecto a sus discípulos, gente que con un mejor sentido de estas poderosas ideas que el trabajador promedio, podría usar el poder otorgado a ellos por vía de las propias ideas de Marx, con el fin de abusar de otros compañeros, para construir su propia base de poder, para ganar posiciones de influencia?” A decir verdad, este argumento carga con tanta seriedad como el que le planta a Lenin. Acusar a Marx por la degeneración estalinista y los horrores burocráticos resulta –además de una concepción retrospectivamente mesiánica y un enorme desprecio por el rol de las masas, las clases, los partidos y sus luchas en el desarrollo de la historia- algo así como acusar a Watson o a Franklin de la irresponsabilidad de no haber previsto que la aplicación de la electricidad podría derivar también en la silla eléctrica o en la picana. Es notable que quien acaba de aliarse para formar gobierno con un partido de derecha nacionalista xenófoba, se sorprenda porque Marx no se preocupó respecto del derrotero de “sus discípulos” marxistas. Resultan sinceramente un tanto disonantes estos interrogantes en boca de alguien que se propone controlar la barbarie capitalista –luego de tanta experiencia histórica- ocupando puestos en el estado del capital. Pero dejemos de lado estas disquisiciones y abordemos el punto que nos convoca en el que Varoufakis confluye –en última instancia- con una amplia gama de políticos y economistas que se posicionan en la franja izquierda del mapa. Vayamos al grano o al segundo error de Marx que, según Varoufakis, habría sido aún peor que el primero.

El error fundamental

Revelando algún paso por los Grundrisse y un cierto espíritu toninegrista, Varoufakis le achaca a Marx haber descubierto primero y confundido después, la diferencia entre el “trabajo como actividad creadora de valor” y el “trabajo como cantidad”. De modo tal que si “cuando escribía que el trabajo era la vida, el fuego escultor, la transitoriedad de las cosas, su temporalidad, él estaba haciendo la contribución más grande (…) a nuestro entendimiento de la aguda contradicción encerrada dentro del ADN del capitalismo”, Marx fue por otro lado “la misma persona que terminó por quedar jugando con modelos algebraicos simplistas, en los cuales las unidades de trabajo eran, naturalmente, completamente cuantificadas, esperando contra toda esperanza, evidenciar a partir de estas ecuaciones algunas ideas adicionales sobre el capitalismo”. Representa esto una gran confusión de Varoufakis por un lado entre el trabajo genérico como actividad creadora de valores de uso en todas las sociedades humanas y el trabajo en su forma específicamente capitalista que es a la vez, actividad creadora de valores de uso y actividad creadora de valor -o tiempo de trabajo socialmente necesario- y por definición, cuantificable. Confunde Varoufakis a su vez y por la misma operación, la tendencia intrínseca del capital (que por necesidad empuja al límite la contradicción entre el trabajo en tanto fuerza productora de valores de uso y en tanto fuerza productora de valor) con su definición y su condición necesaria de existencia. Hemos polemizado con Toni Negri sobre una versión mucho más sofisticada del asunto, hace ya muchos años. Pero el tema aquí es que Varoufakis aprovecha su particular interpretación para realizar un pase de magia y utilizando como “pivote” la cuantificación del tiempo de trabajo –o dicho de otro modo, la ley del valor-, la emprende contra el supuesto intento de Marx de encerrar el funcionamiento del capitalismo en modelos matemáticos. Varoufakis acusa entonces a Marx de suponer que “la verdad del capitalismo podía ser descubierta en la matemática de sus modelos” aún cuando “entendió, o tuvo la capacidad de saber, que una teoría comprensiva del valor no puede ser acomodada dentro de un modelo matemático de una economía capitalista dinámica” cuestión que “En términos económicos (…) significa un reconocimiento de que el poder del mercado, y por lo tanto de la rentabilidad, de los capitalistas no era necesariamente reducible a su capacidad de extraer trabajo de sus empleados; que algunos capitalistas podían extraer más de un determinado pool de trabajadores o de una determinada comunidad de consumidores por razones que son externas a la propia teoría de Marx”. Pero resulta que Marx, que según Varoufaquis era consciente de la supuesta contradicción, se negó a reconocerla ya que este reconocimiento “hubiera sido equivalente a aceptar que sus ‘leyes’ no eran inmutables.” Pues bien, hubiéramos empezado por aquí. Más allá de la confusión que implica involucrar la cuestión de la transformación de los valores en precios de producción con algún intento por parte de Marx de matematizar el capitalismo en sus formas más concretas -dicho sea de paso fue precisamente la no matematización del problema lo que derivó en los posteriores debates a los que refiere Varoufakis-, más allá de la falta de entendimiento que revelan “descubrimientos” como que “algunos capitalistas podían extraer más de un determinado pool de trabajadores” –contradicción que es la fuente de la interpretación de la economía capitalista en toda su realidad, factor clave de la superación marxista de la teoría de Ricardo-, de lo que trata verdaderamente todo este embrollo es de afirmar que no hay leyes del capital o dicho de otro modo, que la rentabilidad del capital no se reduce a la capacidad de extracción de trabajo no pago o de plusvalor. Y la cuestión es que si esto es así, si el capital no tiene leyes que derivan en dificultades extremas para proseguir el proceso de acumulación -presentándose como límites históricos a su desarrollo-, si no es esto lo que se pone de manifiesto en el momento actual, volviendo a la primera oposición que plantea Varoufakis ¿por qué no aprovechar esta crisis para ayudar al capitalismo a salvarse de sí mismo, como él propone, evitando mayores penurias y sufrimientos para las masas? Si efectivamente no existen leyes decisivas del capital y si el capital no tiene historia ni edad, el anticapitalismo se vuelve un movimiento “ético”. Es decir una idea general que debido a que el capitalismo es “malo”, infiere que sería bueno reemplazarlo por algo mejor, aunque permanece la opción de elegir el momento en algún punto indefinido de la historia. Pero entonces y como dice Varoufakis, volvamos a la crisis actual.

¿Por qué ignorar a Larry Summers?

A decir verdad, el interés de Varoufakis consiste en descuartizar a Marx, reinventando un “marxismo” destinado a poner límites al impulso necesario del capital de exprimir al máximo al trabajo asalariado. Varoufakis echa mano a la dualidad del trabajo específicamente capitalista descubierta por Marx –fundamento de los límites históricos del capital-, para desandarla y convertirla en un grito inofensivo por la libertad del trabajo…bajo el capital. Es un alerta al capital de que en su intento de coartar por completo la libertad del trabajo (entiéndase “exceso” de explotación, “neoliberalismo”), arriesga su propia destrucción. Así el “marxismo errático” de Varoufakis se pretende una herramienta para combatir al neoliberalismo, salvando al capital de sí mismo. Pero el problema es que el neoliberalismo y su actual crisis, no son el resultado del fracaso de la ideología reformista de posguerra –como parece suponer Varoufakis- sino de los límites internos del capital (o de sus leyes). El neoliberalismo es la consecuencia del desarrollo de la tendencia del capital que se expresó en su aspecto más “normativo” –si se quiere-, como caída de la tasa de ganancia al fin del boom de posguerra y su imposición restauradora fue la conclusión de las derrotas y desvíos del fabuloso ascenso mundial que comenzó a fines de los años ’60. Si la crisis actual tiene la envergadura que le adjudica el propio Varoufakis, su propuesta (a la que, insistimos, Keynes dedicó la vida) es la historia de un fracaso anunciado, tal como resultó el New Deal en su momento. Recordemos que el propio Keynes terminó por reconocer la extraña paradoja de que quizá sólo una guerra “probaría” su experimento o, lo que es lo mismo, terminó reconociendo implícitamente que la naturaleza destructiva del capital acabaría dando por tierra con sus esperanzas pacifistas de reformarlo. El denominado “pacto” de posguerra no puede considerarse –salvo que se busque recrear una historia fantástica- en forma independiente de sus trágicos antecedentes. Dice Varoufakis que “Hoy en día, volviendo a la crisis europea, la crisis en Estados Unidos y el estancamiento de largo plazo del capitalismo japonés, la mayoría de los comentaristas fracasa al apreciar el proceso dialéctico bajo sus narices. Reconocen la montaña de deudas y las pérdidas bancarias, pero desatienden la cara opuesta de la misma moneda: la montaña de ahorros sin uso que están ‘congelados’ por miedo y por lo tanto no se convierten en inversiones productivas.” Lamentamos tener que señalar a Varoufakis que esta contradicción lejos de ser ajena, constituye la preocupación central de gran parte del mainstream, incluyendo estadistas de la envergadura del neokeynesiano y ex Secretario del Tesoro norteamericano, Larry Summers, amén de que nadie se animaría a señalar al “miedo” como causa explicativa de la escasa inversión. Incluso estas gentes que han dedicado sus vidas a salvar al capital de sí mismo (y con bastante éxito durante las décadas neoliberales) se encuentran escépticas con respecto a la efectividad de sus propias políticas y se manifiestan carentes de imaginación como para dilucidar cuál “estímulo externo” -distinto de una guerra- podría poner en conjunción la masa existente de ahorros con un proceso efectivo de inversión que revitalice al capitalismo. Si el período que se abrió en 2008 es como –salvando las distancias- consideramos nosotros, Varoufakis y gran parte del mainstream, la cuestión de las cuestiones es que el capitalismo necesita conquistar nuevos espacios para la inversión tal como el alma necesita del cuerpo. Se abre así un período en el que más allá de los tiempos y las formas precisas, la necesidad de la destrucción se pone de manifiesto como ADN de capital. Si como es esperable, la lucha de clases se intensifica, se multiplicarán muy probablemente distintas experiencias reformistas que podrán incluso tener mayor o menor éxito. Pero está garantizado su carácter efímero. Más tarde o más temprano las leyes del capital buscarán imponerse con fuerza de necesidad tal como sucedió luego de cada crisis que obstaculizó seriamente la acumulación ampliada del capital, ya sea la de los años ’30 o la de los años ’70. La acción y propaganda al estilo Varoufakis, tiene por resultado amilanar el pensamiento de millones de trabajadores y de sectores pobres y oprimidos. El pueblo griego ya está lamentablemente empezando a pagar el precio, aunque no obstante y por suerte, sus fuerzas están íntegras y recién inicia una experiencia como parte de un proceso que aún está en sus comienzos.

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