El affaire Zapata, un triunfo político de “la casta” y el régimen

La dimisión de Guillermo Zapata como concejal de Cultura del nuevo gobierno de Manuela Carmena en Madrid, abre un debate sobre la estrategia del nuevo reformismo y los límites del respeto a la institucionalidad capitalista para poner en marcha un verdadero proceso de transformación social.

Guillermo Zapata es un activista social, miembro del colectivo Patio Maravillas, articulista en varios medios, guionista y uno de los fundadores de “Ganemos” y “Ahora Madrid”. Este sábado fue nombrado concejal de Cultura del Ayuntamiento, un cargo que ocupó por poco más de 48 horas. En la noche del sábado se revelaron una serie de mensajes de su cuenta de Twitter, en su mayoría del año 2011, en los que Zapata hacía chistes sobre el holocausto nazi o sobre víctimas de ETA. Zapata salió inmediatamente a pedir disculpas, pero el daño ya estaba hecho. El carpetazo (o “tuitazo”) se extendió como reguero de pólvora. La inefable Esperanza Aguirre salió a exigir su dimisión y llamó a la recién proclamada alcaldesa, Manuela Carmena, para que forzara la salida de Zapata. El resto de la oposición municipal (Ciudadanos y el PSOE) siguió al PP en el pedido de linchamiento, junto con toda la comparsa del mainstream mediático. Finalmente, la propia Carmena se distanció de su edil, que presentó su dimisión en Cultura (no así a su acta de concejal). Así, del furor del triunfo electoral, en cuestión de horas Zapata pasó a estar en el peor de los mundos, explicando a todo el mundo que no era antisemita ni odiaba a los judíos y dimitiendo de su cargo. Un escenario de pesadilla que merece algunas reflexiones.

1. Los chistes reproducidos por Zapata, como el relativo a los seis millones de judíos en el cenicero de un coche, son completamente reprochables. Pero no porque Zapata sea antisemita ni mucho menos nazi. No, su “crimen” es otro: la superficialidad apolítica, o si se quiere, anti política, que lo llevó al terreno de la banalización rayana con la discriminación y, en definitiva, de la estupidez. Porque el problema con el humor negro es que siempre camina “al borde”. Por su propia naturaleza suele ser ofensivo, cáustico, y algunas veces inteligente, sobre todo cuando es un vehículo de crítica despiadada a las clases dominantes y el establishment. Pero siempre tiene un contexto. Según Zapata, el contexto de los tuits fue un debate sobre los “límites del humor negro”. Sin embargo, hay un contexto más amplio que es político, nada menos que en el Estado español, con su historia de fascismo y la herencia franquista, su persistente derechona fascistoide y antisemita. Y para peor, un medio, una máquina virtual exquisita para decir cualquier cosa gratuitamente en 140 caracteres sin contexto alguno. Sencillamente hay cosas con las que, si uno usa un poco la cabeza (políticamente), no se jode. Y menos en Twitter.

2. Ahora bien, la operación político-mediática pidiendo su dimisión, es una expresión químicamente pura de la hipocresía capitalista y de sus representantes políticos. El doble racero con el que la derecha y la oposición social-liberal del PSOE miden el caso Zapata es escandaloso: ni el PP, ni su versión 2.0, Ciudadanos, ni siquiera el PSOE, resisten un archivo. En las redes sociales corren miles de “chistes”, tuits y declaraciones públicas discriminatorias, racistas, exaltando la bandera franquista o levantando el brazo al estilo fascista –deporte preferido de los cachorros del PP- por los que nadie dimitió, ni mucho menos pidió disculpas, ni las pedirán jamás. No son chistes, son declaraciones político-ideológicas. Y “una cosa es hacer chistes sobre judíos y otra es ser nazi”, como escribía un editorialista de Público. Guillermo Zapata es, en parte, víctima de esta “doble moral” capitalista, la permanente incoherencia entre lo que las clases dominantes pregonan como “valores universales” (la democracia, la libertad, la igualdad) y lo que practica (la opresión, la explotación, la discriminación, el sometimiento, etc.).

3. Si los ataques de “la casta” a “Ahora Madrid” eran lo esperable, la respuesta ha sido insólita. Desde el inicio de la campaña contra Zapata, la actitud no fue otra que retroceder y pedir perdón, hasta que dimitió. ¿Eso significa que Zapata no tenía que disculparse si sus tuits habían resultado ofensivos o discriminatorios? No. El problema es que esa fue toda su estrategia, disculparse, y después dimitir, dando por válida la autoridad moral a sus detractores para cuestionarlo. La rueda de prensadel martes, en la que Zapata no hizo una sola crítica que no fuera a sí mismo y se abstuvo de denunciar la “doble vara” de sus acusadores, fue el broche final de una estrategia de rendición incondicional que terminó legitimando la autoridad de personajes reaccionarios como Esperanza Aguirre como supuestos defensores de la democracia y los derechos humanos. Lo que había que hacer era exactamente lo contrario, atacar sin piedad la doble moral reaccionaria del PP, de Ciudadanos, del PSOE, de la prensa capitalista. Pasar de la defensa a la ofensiva, desenmascarar el doble discurso de esta casta privilegiada, de sus corruptelas infinitas, su impunidad. Más no hubo nada parecido, sino un manso retroceso. Una aceptación disciplinada del hipócrita sistema de valores de los capitalistas y sus representantes políticos y mediáticos. Y una sentencia, de Manuela Carmena, la ex jueza y ahora alcaldesa, que sentó jurisprudencia. Todo eso es mucho peor que los tuits de Zapata. Porque lo único que han logrado es fortalecer a los representantes políticos del régimen, inspirando la docilidad frente a ellos, en vez de fomentar el espíritu de rebeldía y protesta. Por eso la dimisión de Zapata fue un triunfo político en toda línea de los poderes constituidos en general, y de la derecha reaccionaria en particular. El problema, en última instancia, no es que haya dimitido, sino por qué y cómo lo hizo. Ya que si ante un caso así retroceden en toda regla, ¿que será cuando haya una política seria de la derecha para destruirlos?

4. Porque como era de esperarse, la ofensiva de la derecha no se detuvo en los tuits de Zapata. Ni se detendrán. Siguieron con el ataque hacia Pablo Soto, por haber hecho declaraciones contra Gallardón, como las que se cantan en cualquier manifestación. Y ahora piden la dimisión de Rita Maestre, portavoz del gobierno de Carmena, por estar imputada por una protesta en la capilla de la Universidad Complutense en 2011. En este último caso, un ataque que viene directamente del PSOE, el “aliado” que posibilitó a Manuela Carmena investirse como alcaldesa. En vez de defender estas acciones como legítimas manifestaciones de protesta, Carmena las condenó. De Pablo Soto dijo que “pidió perdón”, que “ha cambiado”, y que antes era “un joven del 15M” desesperado, pero por suerte ya no lo es porque encontró una salida “Institucional”. Y en medio de la tormenta por el caso Zapata, decía en una entrevista que “la okupación de viviendas no es legítima, pero hay que ver por qué se hace y darles a esas personas otras alternativas”. Una defensa de la legalidad imperante que no desentona con su programa para “terminar con los desahucios”, obedeciendo siempre “a la justicia”. Aún peor, el propio Zapata salió a desmarcarse de los escraches, de los que hace dos años participó como activista, porque “un concejal del Ayuntamiento de Madrid tiene mecanismos políticos para no tener que expresarse a través de un escrache”. Ni hablar de participar de un corte de carretera en apoyo a trabajadores despedidos, o de una ocupación, o de una manifestación para detener un desahucio. Para la democracia capitalista y sus reglas, todos estos hechos son “impropios” de un cargo público, porque fomentan la acción y la deliberación de la mayoría social de la población por fuera de sus “representantes”, porque los compelen a confiar en sus propias fuerzas, a rebelarse y luchar por lo que les corresponde sin esperar que nadie les resuelva sus problemas “desde arriba”. Al fin y al cabo, el Ayuntamiento de Madrid no es el 15M. Es en este punto donde el affaire Zapata deja al desnudo uno de los límites más profundos de “Ahora Madrid” (y de los nuevos reformismos en general): su respeto por principio de la institucionalidad capitalista y sus reglas de juego.

5. El respeto por la institucionalidad es reflejo de una estrategia de “Institucionalización” de la lucha social y el intento de cambiar el centro de gravedad de la vida política: ya no más plazas, ni fábricas en paro, ni carreteras cortadas, ni universidades tomadas. Es la hora de los parlamentos y los ayuntamientos, de la reforma institucional, de jugar en las grandes ligas de la política para propiciar “el cambio”. Esta ilusión política, que junto a la sobreestimación infinita del discurso como campo de disputa –como si este pudiese generar relaciones de fuerzas por si solo-, es la piedra filosofal de la estrategia podemista. Y a poco de andar ya ha demostrado su fracaso. Sin terminar con las instituciones de una democracia que solo beneficia a los ricos, que se sustenta en las mentiras, el fraude, la corrupción y la violencia contra los trabajadores y el pueblo, el “cambio” sólo será cosmético, una vía más larga para la recomposición del régimen. Si es que llega a eso y no resulta en un breve episodio previo a la restauración conservadora. El verdadero campo de disputa de cualquier transformación social profunda no está en las instituciones de la democracia liberal –aunque también son un campo de batalla-; está en el terreno de la autoorganización y de la lucha de clases. La confianza en la reforma pacífica de las instituciones capitalistas sólo puede ser la madre de futuras derrotas. El camino es el opuesto. La creación de nuevas instituciones que, como diría Trotsky, “rompan la cáscara de la democracia burguesa”, propiciando la irrupción de la clase trabajadora, la juventud y los amplios sectores populares para que tomen en sus propias manos las decisiones sobre sus propias vidas. El primer paso hacia una nueva irrupción constituyente, para hablar en términos que se han vuelto a poner de moda, es ser menos respetuosos con el poder constituido.