Sobre “antiutopías” y barbarie en el capitalismo actual

La escasez de espacio para la inversión lucrativa y su contracara, el crecimiento acelerado de los activos financieros sirve para comprender la carga propagandística y contradictoria de la serie de “antiutopías” que promete el capitalismo. Si el estado de la técnica permite reducir el tiempo de trabajo requerido para la producción de los bienes existentes, la consecuencia “natural” prometida es la condena de millones a convertirse en mendicantes por falta de empleo. Si el desarrollo de las fuerzas productivas aumentó el promedio de vida, la consecuencia “naturalmente necesaria” son las reformas previsionales que persiguen incrementar la edad jubilatoria para que a nadie se le pase por la cabeza vivir años de disfrute sin resultar “productivo” para el capital. Las reformas previsonales lo mismo que las laborales, persiguen no menos sino más tiempo de trabajo y con mayor flexibilidad para satisfacer las necesidades del capital.

Pero por un lado ¿de qué “fin del trabajo” hablan entonces si todas las “reformas” están diseñas para aumentar las horas, días y años cedidos al capital? Y por el otro ¿qué realidad tiene la amenaza del “fin del trabajo” cuando los niveles de inversión están en mínimos históricos? Naturalmente, para que la tecnología se transforme en fuerza material y para que el tiempo de trabajo necesario para producir los bienes existentes disminuya –más allá de la manera reaccionaria en la que el capitalismo resuelve siempre este asunto- es necesario un crecimiento vigoroso de la “inversión” que permita incrementar la productividad. Y justamente la debilidad de la inversión y la productividad –cuya consecuencia es el alza ilimitada de los mercados financieros- constituyen los aspectos más sintomáticos de la falta de dinámica de la economía capitalista en la actualidad. Este manojo de contrasentidos permite dilucidar la intención disciplinadora de un discurso cuyo objetivo es amedrentar a los trabajadores con el fin de incrementar la cuota de explotación.

Resulta fundamental mostrar que la propuesta de la “renta universal” pretende generar ilusiones reformistas en las migajas que puede otorgar el capitalismo, y que se opone por el vértice a una política transicional de reducir las horas de trabajo (con un salario acorde a la canasta familiar) y repartirlas entre todos los brazos disponibles. La renta universal constituye un programa opuesto a la perspectiva de liberar a la humanidad cada vez más de tiempo de trabajo, que es en última instancia la perspectiva del comunismo. Se trata de una discusión clave en un “mercado de trabajo” mundialmente dualizado y dividido en estratos múltiples con sectores que trabajan por encima del tiempo reglamentario y otros que no alcanzan a completar una jornada y donde las políticas del capital van a buscar fragmentarlo aún más incrementando concomitantemente la desocupación estructural. La reciente huelga de la IG Metall en Alemania, de la que participaron cientos de miles de trabajadores por la reducción de la jornada laboral, mostró que existe un sentimiento profundamente progresivo en sectores importantes de la clase trabajadora sobre el que debemos influir contra las políticas reaccinonarias de las patronales y las burocracias que terminan -como en el caso de la IG Metall- aceptando una reducción horaria a cambio de reducciones salariales y aumento de las horas de trabajo de otros sectores.

Por último y estrechamente relacionado con la escasez de inversión, las crecientes tensiones interestatales y el gran desarrollo tecnológico, la imagen de grandes catástrofes bélicas está cada vez más presente -incluido el riesgo de accidentes catastróficos (Ver: “Tensiones económicas e inestabilidad política en la situación mundial”). Lejos de un imaginario reformista hacia un futuro pròximo, la idea de belicismo como “nueva empresa” del capital, en la actualidad, toma cuerpo por la “positiva” -en el sentido del aumento del gasto militar y el incremento de los roces geopolíticos o la carga simbólica del llamado “Reloj de la Apocalipsis”. Como antecedente, hace unos años que sintomáticamente la idea de la guerra aparece en las formulaciones de la intelectualidad más o menos “mainstream” -Summers, Krugman, Piketty, entre otros- como idea negativa y como contracara de la falta de esperanza capitalista en la posibilidad de que las nuevas tecnologías se abran espacio para la inversión lucrativa y den lugar a una supuesta “revolución productiva”.

Hoy cada vez más se pone de manifiesto la barbarie del capitalismo. Tan solo 8 grandes capitalistas concentran la misma riqueza que 3600 millones de personas que representan la mitad de la población mundial. Un sistema que utiliza la propiedad privada de los medios de producción social para someter a miles de millones de trabajadores, donde el avance de la tecnología no lleva a la liberación del trabajo sino que afianza sus cadenas, donde la prolongación de la vida humana se convierte en un demérito, donde la posibilidad de grandes saltos en la inversión y el desarrollo tecnológico se asocian a las grandes catástrofes bélicas, sin duda merece perecer.

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