Los ‘Amigos de Durruti’ y su vía opuesta a la “mano extendida”

Se cumplen 79 años de la muerte de Durruti. Una figura que terminó siendo un símbolo para aquellos que se opusieron a la colaboración política con la burguesía catalana. Revisitamos las lecciones de aquellos años para examinar su utilidad en pleno proceso soberanista.

El 20 de noviembre de 1936 moría en Madrid Buenaventura Durruti. En unas circunstancias nunca aclaradas del todo, caía mientras luchaba con las milicias obreras para derrotar el yugo fascista que asediaba la capital, y para seguir extendiendo y fortaleciendo la revolución proletaria que había arrancado en julio.

Inmediatamente después de la derrota del levantamiento militar por parte de la clase obrera en buena parte del Estado, se empezaron a levantar diferentes comités, desde los cuales las masas obreras estaban llevando adelante una gran obra de transformación revolucionaria de la sociedad. De esta forma, nacía un poder de la clase trabajadora, que aunque disperso y atomizado, constituía una nueva institucionalidad paralela a la republicana.

Este nuevo poder obrero impulsó también como una de las más importantes medidas la creación de las milicias obreras. Durruti sería uno de los dirigentes anarquistas que jugó un rol más destacado tanto en los combates en Barcelona como en la formación de las milicias confederales (de la CNT).

Para contrarrestar el poder de los trabajadores, los representantes políticos de la burguesía en la retaguardia, más temerosos de este nuevo poder que de la propia insurrección militar, no dudaron en idear un plan para desarticular de forma paulatina todos los organismos de auto-organización y las conquistas revolucionarias.

En Catalunya, el representante político de la pequeña burguesía, el President Lluis Compayns, supo “seducir” con un verso izquierdista a los dirigentes las organizaciones obreras de la CNT-FAI y del POUM, para incorporarlos a un gobierno de unidad que sería el encargado de aplicar las medidas contra los comités y la revolución en curso.

Desde el primer momento se articularon diferentes espacios, como el Comité Central de Milicias Antifascitas y más tarde el Consejo de Economía de la Generalitat, donde convergían los representantes políticos de la burguesía -o su sombra ya que los de verdad estaban directamente con Franco- y las direcciones obreras. En octubre, la CNT y el POUM dieron un paso más, entraron al govern de la Generalitat, y a principios de noviembre, la colaboración de la CNT llega ya al gobierno central con cuatro ministros cenetistas.

En un principio Durruti no se opone frontal y directamente a que la dirección de las organizaciones obreras y de la CNT en particular colaborasen con la República e incluso entraran en el gobierno. Opta por no plantear una lucha política y concentrar todos sus esfuerzos en el mando de una de las primeras columnas de milicianos, en la reconquista de Aragón y el establecimiento de colectividades en el campo.
Sin emabargo cuando el gobierno pretende avanzar con su decreto de militarización de las milicias -una de las primeras grandes medidas destinadas a la desarticulación del poder obrero- será cuando Durruti pase a encabezar la resistencia dentro del movimiento libertario. Como jefe de su columna, llegó incluso a elaborar un plan para establecer un mando central único de las milicias, pero bajo control de las organizaciones proletarias y no del gobierno.

Desde el nuevo gobierno catalán, con el aval de los consellers del POUM y la CNT, se van sucediendo toda una serie de decretos que aún con frases muy “revolucionarias” venían a restaurar la autoridad y legalidad republicana y a enterrar las “conquistas de la revolución de julio”. El 4 de noviembre, Durruti se dirige a las masas obreras y a las organizaciones mediante un discurso radiado, en lo que será su principal batalla política contra la burguesía republicana en la guerra civil y la política de “colaboración” de los dirigentes anarquistas.

En él instaba a la CNT-FAI a que abandonase esta política de conciliación de clases con la burguesía republicana. Y en ese sentido, Durruti preconiza lo que se convertirá en un hecho después de las jornadas revolucionarias de mayo de 1937, cuando dice que “la guerra que hacemos actualmente sirve para aplastar al enemigo en el frente, pero éste no es el único. El enemigo es también aquel que se opone a las conquistas revolucionarias y que se encuentra entre nosotros, y al que aplastaremos igualmente”, en alusión al gobierno republicano y catalán.

En ese mismo mensaje radiado, se oponía a la militarización de las milicias y denunciaba que ésta era decretada por la Generalitat para meter miedo y desorganizar el poder obrero existente. Días más tarde, el 20 de noviembre Durruti moría en Madrid. La dirección de la CNT comunicaba escuetamente que había sido abatido por una bala fascista. El 23 era enterrado en Barcelona tras un cortejo en el que lo acompañan decenas de miles de personas.

A pesar de la muerte del emblemático dirigente anarquista, la política contrarrevolucionaria de llegar hasta el final con la militarización de las milicias y seguir desmantelando comités y “conquistas revolucionarias de julio” (patrullas de control, control obrero de las fábricas, desarmar los sindicatos…) fueron el causante de que amplios sectores de la CNT rompieran con la política de su dirección de “mano extendida” para ganar la guerra, que les estaba llevando a aceptar el abandono de la revolución (o al menos su postergación para un “después” que nunca sabrían si llegaría o no).

En marzo de 1937 se funda la agrupación “Amigos de Durruti” en la que confluyen cientos de milicianos que volvían del frente en rechazo por el drecreto de militarización junto a los sectores de la CNT contrarios a la política de su dirección.
La agrupación de los “Amigos de Durruti” llegó a contar con más de 4000 adherentes e iba políticamente mucho más allá de los pasos dados por Durruti para combatir tanto al bando fascista, como a la propia contrarrevolución republicana. Llegando a plantear un programa que desarrollara un poder obrero, la socialización de la economía o levantar un ejercito proletario bajo una “Junta Central Revolucionaria” basada en organismos de democracia directa elegidos por los trabajadores, campesinos y combatientes.

En definitiva, tras la propia experiencia vivida durante los primeros meses de guerra civil y la política colaboracionista de las direcciones obreras con la burguesía republicana, los Amigos de Durruti pusieron los cimientos para crear una alternativa independiente, de clase y revolucionaria.

En las jornadas revolucionarias de Mayo de 1937, los Amigos de Durruti fueron un sector clave durante los combates callejeros, levantando y organizando una gran parte de las barricadas. Sin embargo, la ofensiva final de la contrarrevolución republicana, con la colaboración de las direcciones obreras llamando a sus militantes a abandonar las armas primero y aceptando después que las fuerzas contrarrevolucionarias pasaran por las armas o encerrasen a muchos revolucionarios en la retaguardia, impidió que pudiera desarrollarse su lucha por retomar el camino de la revolución de julio.

Aquellos obreros revolucionarios de 1936 y 1937 lo vieron claro. Todo acuerdo político con los representantes de la burguesía, aún en pos de una tarea democrática tan urgente como la derrota del fascismo, implicaba un abandono de la resolución efectiva de sus demandas sociales a las que estaban atendiendo con la obra expropiadora y colectivizadora. Ellos optaron por la independencia política y pelear por hacer la “guerra” y la “revolución” al mismo tiempo. Y demostraron que toda la palabrería “izquierdista” de Companys, la Generalitat y hasta algunos de sus decretos, era humo que no escatimaban en vender para coptar a las direcciones obreras y legitimar así su trabajo contra la revolución obrera.

Sin duda, en cualquier comparación entre la revolución del 36 y el proceso soberanista, lo que resaltan son sus diferencias. Hoy, la principal fuerza de la izquierda anticapitalista no es la CNT, una gran sindicato, sino la CUP, con muy escasa incidencia en la clase obrera y cuya fortaleza no son las decenas de colectividades, las milicias y comités, sino sobre todo 10 diputados electos. Tampoco en el otro lado hay un Companys, sino más bien el heredero de Cambó -el que en 1936 estaba financiando el golpe militar-.

Pero justamente, estas inmensas diferencias dan mucho más valor y actualidad a la principal lección que sacaron los seguidores de Durruti. Si con CNT, revolución proletaria y milicias obreras, todo acuerdo con el más izquierdista de los representantes políticos de la burguesía, solo podía conducir a la traición de la causa obrera y popular ¿Qué se podría esperar de un acuerdo político en un marco en el que todo esta movido 90 grados a la derecha? ¿Qué se podría esperar de un acuerdo político (con Mas de president o hasta el mismo Romeva, el más “Companys” de los propuestos) con el partido de los Cambó del Siglo XXI y sólo condicionado por la aritmética parlamentaria?

Si Companys fue, junto al gobierno republicano, el sepulturero de la revolución y abrió con aquella derrota el camino a la del 39… ¿Qué será hoy del proceso soberanista y la lucha por un proceso constituyente ,si su dirección sigue en manos de los herederos de Cambó y la izquierda anticapitalista no se dispone a tomar enérgicamente una estrategia de independencia política y lucha de clases?

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